Apostamos a lo pequeño, privilegiamos lo chiquito, premiamos y propiciamos la cultura de los mínimos, y castigamos aquello que signifique crecer, trascender y mirar con sana ambición al futuro. Este es el gran equívoco que explica tantos límites, prohibiciones, permisos y castigos. En el afecto equivocado a las “pequeñas estaturas”, radica, probablemente, el subdesarrollo.
Las tesis expuestas en el ilustrativo discurso de Salomón Gutt, ante un nutrido auditorio de empresarios y trabajadores, evocó algunos de los problemas sustanciales del Ecuador: el miedo a los desafíos, el temor a hacer gran empresa, la tendencia a renunciar de antemano a lo que podemos ser. En fin, la cultura de lo timorato.
Pese a esa especie de cultura dominante, el Ecuador, sus empresarios, trabajadores y la gente común han demostrado, más de una vez, que se puede crecer y trascender, que es posible remontar las dificultades y transformar las crisis en oportunidades, y los inevitables fracasos en retos. Sin embargo, contra la idea de ser grandes, de hacer las cosas bien, y de plantear los problemas con franqueza, conspiran desde el nacionalismo malentendido de fronteras cerradas y de miedo a la globalización, hasta las leyes tributarias que adulan a lo pequeño, las normas que privilegian el retaceo de la tierra, y todas las innumerables disposiciones que han convertido al ordenamiento jurídico en un complejo sistema de obstáculos y permisos, de recelos, prejuicios y sanciones. Conspira el discurso que endiosa el clientelismo y que sataniza a los que se atreven a desafiar el statu quo y el acomodo. Conspira el prejuicio contra todo el que rompe los paradigmas. Conspira la idea de encerrase, de elevar muros de desconfianza entre los vecinos.
El Ecuador, pese al mandato de avestruz que marca a tantas conductas, puede ser una potencia turística; puede apostar, sin falsa arrogancia, a competir, ¿por qué no? en cualquier línea agroindustrial, en los servicios, en el comercio. Hace falta mucho ciertamente, pero, como en todo lo importante, el tema comienza por la actitud, por dejar de conducir mirando al retrovisor y de vvir suspirando por viejos conceptos. Comienza por superar innumerables estereotipos que hacen parte de creencias que prevalecen en la sociedad. El tema comienza por atreverse, por afirmar la personalidad, por creer en las capacidades de la gente, por dejar de soñar en el Estado, por olvidarse del empleo público como la meta suprema.
En la economía privada, en la academia y en la cultura el país ha probado, más de una vez, que es posible tener horizontes marcados por la excelencia, la creatividad, la persistencia y las ganas de vencer, y por ese amplio concepto de “empresa” entendida, en todos los ordenes, como la acción orientada por la idea de lo “bien hecho”.
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