En la tensa ceremonia militar de la semana pasada, Correa tuvo como barra a sus ministros, más no el aplauso de los militares. Esas tensiones pueden volverse críticas, debido al juego de afirmación de poder del Gobierno que suena a imposición. Las decisiones del régimen pueden no ser cuestionables, el modo cómo las hace lo es, por sus gestos de afirmación y de querer demostrar –innecesariamente- que tiene el poder. La afirmación y valoración del indispensable mando civil tiene otros caminos.
¿Era necesario decir que “no faltaba nadie” frente al hecho que un grupo de exoficiales vestidos de luto se sale de la ceremonia en la Escuela Militar, en protesta, cuando iba a hablar el Presidente? Se crea otra espina en ese sentimiento de honor de otra época o tan a la española de muchos militares. De modo casi infantil, Correa se ufana en desafiar y jugar al dueño del barrio.
¿Era necesario continuar con la irresponsable polarización entre oficiales (generales) y soldados, en una institución tan jerárquica? Poner en disputa a estos dos sectores militares carcome el sentido de autoridad y mando indispensable en esta entidad.
El exministro de Defensa, Cordero, maltrató a coroneles que no compartían sus posiciones. ¿Es necesario descalificar a las personas? Los argumentos bastaban.
Con la Policía antes de su revuelta, hubo de este maltrato; ahora es con los militares, haciendo que acumulen desazón e indignación.
Sin embargo, las propuestas del Gobierno sobre reducir las diferencias salariales y de condiciones entre oficiales y tropa, incluida la comida, son deseables. Podría esto ser parte de sembrar ciudadanía, de entrelazar más a mando y tropa, de reforzar los nexos internos en las FF.AA., de reforzar la singularidad militar ecuatoriana. Un oficial puede ser ejemplo para la tropa porque vive sus tareas y puede compartir tiempos y espacios entre todos. Eso y más (como reforzar la profesionalización militar, la constitución de contingentes mejor dotados y preparados, en menor número) se puede lograr sin lo impositivo que crea conflicto o rechazo sino odio.
Si se trata de una estrategia de diversión para desviar la atención sobre los fondos del Issfa o para hacer aceptar propuestas gubernamentales que el Presidente hace y deshace siguiendo las circunstancias (como reducir la jubilación de generales para aumentar el rancho), es una pésima decisión. Se lograría más sin la polarización y el desprecio a las personas o estos malabares de demagogia o de chantaje para imponer. No son ideas dignas de un plan o debate.
Correa busca ganar el apoyo de la tropa devaluando a los generales. Le servirá eso a su juego político circunstancial más no para consolidar la institución. Aunque complicados y molestos, los cambios podrían volverse parte más bien de una valoración de los militares al ser parte de la modernización o de la innovación.
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