El debate intelectual en nuestro país es inexistente porque carecemos de un razonamiento sistemático racional y, por lo tanto, eficaz. Y estas características no existen porque en general no hay una cultura de debate. No existe conocimiento ni preparación, no hay una adecuada formación ni siquiera en nuestra historia, en filosofía, en ética, en las llamadas Artes Liberales. Al desconocer estos elementos, no tenemos ni siquiera memoria y, por lo tanto, estamos destinados a cometer los mismos errores una y otra vez.
En las escuelas, se vierte el conocimiento sin lugar a opinar o a disentir, no se enseña a pensar ni a proponer cambios o alternativas a problemas locales, regionales o mundiales.
Al carecer de conciencia crítica, nuestras frustraciones se convierten en ira o en desidia. Esta transforma a las personas en buscadoras de espectáculo, de modas, de marcas, de repetidoras de idioteces en las redes sociales.
La ira lleva a la acción, a la protesta, a las barricadas. Se nos da fácil ser activistas en lugar de ideólogos, de comprometernos con una ideología y debatir ideas; por lo tanto, nos pasamos en la espera que aparezca un líder que diga que él sabe lo que necesitamos. Y permitimos que este iluminado canalice nuestra ira y se convierta en caudillo para reemplazar al caudillo por el cual estamos iracundos.
Nos vamos convirtiendo, o quizás sería mejor decir, nos vamos agravando hasta convertirnos en una sociedad de polarizaciones, de opuestos, de “estás conmigo o contra mí”, de eres bueno o malo, de izquierda o derecha, del Emelec o del Barcelona, de la Liga o del Quito. Y tendemos a votar en contra en lugar de votar a favor de un programa de gobierno, de un plan de trabajo.
Los políticos son seres hábiles para detectar dónde va a haber reacción popular. Y en poco tiempo se disfrazan de dirigentes de ese malestar, rápidamente se apoderan del discurso. En eso, nuestros políticos son muy buenos y quienes manifestamos el descontento, en el fondo, aceptamos que aparezca alguien que ponga en palabras, mientras más, mejor , ese descontento.
El dueño de la tarima se convierte en nuestra nueva esperanza, hasta que más tarde o más temprano, nos cansamos del discurso cacofónico, carente de ideas nuevas, nos cansamos de su incapacidad de crear puentes, de ofrecer soluciones. Y nuevamente nos cabreamos, protestamos y de nuevo aparecerá quien nos “guíe”, quien se suba a la tarima y, con su mayor o menor narcisismo, con su nuevo-viejo discurso, nos hipnotizará. Y lo elegiremos para seguir con esta puerta giratoria.
Soluciones para salir del pesimismo: apostarle a políticos jóvenes y a maestros que cambien la cultura de “esta es la verdad”, por “esta es la situación y opinemos al respecto”. Apostarle a que en el futuro aparezcan, como dice Pérez Reverte, “hombres buenos”, políticos decentes, no importa que sean de derechas o de izquierdas, pero que puedan debatir y encontrar juntos salidas a las crisis.
Columnista invitado