No era una característica desconocida, pero el talante autoritario del presidente Correa se ha vuelto más notorio. El modo en que trató dos temas sensibles -las protestas en el Colegio Montúfar y la incomodidad interna de las Fuerzas Armadas- nos trae un retrato más duro de aquel Mandatario que exige respeto personalmente en las calles o que retó a un grupo de policías amotinados a que le dispararan.
En eso tampoco lo ayudan sus ministros, en este caso de Educación y de Defensa. Seguramente el prolongado ejercicio de la autoridad ha hecho perder a los gobernantes la proporción de la realidad. Algo que resulta lógico cuando se logra doblegar a los movimientos sociales, amedrentar a la crítica y hasta darse el lujo de extender indultos. Y de amenazar con la renuncia cada vez que las cosas no se hacen a su gusto.
Exacerbar una protesta por la reubicación de maestros o llevar a extremos un problema creado entre el Issfa y el Ministerio del Ambiente solo significa dos cosas: o se quiere desviar la atención de los problemas mayores, o hay poco ánimo y entereza para manejar ‘la tormenta perfecta’, como califica Rafael Correa a aquella conjunción de hechos que ha terminado en crisis económica.
Ha habido violencia entre los estudiantes y con toda seguridad existen infiltrados en las manifestaciones, pero al momento de juzgar hay instancias y leyes que deben respetarse. En el caso del Issfa, existía un procedimiento judicial en curso. Y si bien la cúpula militar actuó con espíritu de cuerpo, desde el Gobierno se exacerba una confrontación entre tropa y oficiales.
Es penoso que el cambio de mando del viernes haya tenido tantas señales de desconfianza y ajuste de cuentas por un lado y, por el otro, reclamos y desplantes. Nada de eso era visible en tiempos de bonanza; quizás los ánimos no estaban tan caldeados porque las disputas no se planteaban alrededor de los recursos.
Todos los días llega otra mala noticia económica. Caída de ingresos, desaceleración en todos los sectores, desempleo. El Gobierno responde con un plan que, entre otras cosas, trae la gran idea de tomar la tercera parte de la cesantía de los afiliados del IESS para cubrir el desempleo. Después de usar varios fondos públicos como parte del presupuesto, hoy se insiste en administrar los privados.
Acostumbrados a una bonanza de años, difícilmente podrán avenirse a situaciones como las que han vivido la mayoría de gobernantes ecuatorianos. Los ha habido mediocres y los ha habido sabios. Se aplaude la grandeza del deseo, pero resulta molesta la intolerancia cuando estamos asimilando el ‘milagro económico’ en su real dimensión.
Seguramente lo que pasa en el Montúfar y las FF.AA. es parte del complot de la derecha mundial contra un modelo exitoso. Pero, por favor, más madurez para no amplificar el ya de por sí odioso ruido de ‘la tormenta perfecta’.