Cuando nos enteramos que un familiar es diagnosticado con cáncer, inmediatamente asociamos la noticia con algo malo. Lo relacionamos con un designio y sentimos de cerca la muerte.
Más aún si el médico tratante -autoridad reconocida socialmente- pone un límite de tiempo a la vida de la persona.
Pero el cáncer no es una representación de la muerte, el pecado o la incapacidad médica de curar. Las personas con esa condición nos lo demostraron así este 4 de febrero del 2016.
Salieron a las calles de Quito (algunos en fase terminal) alegres, vestidos con trajes de superhéroes, para compartir abrazos y sonrisas, a propósito del Día Mundial contra el Cáncer. Nos dieron una lección.
Se reconocen no como pacientes sino como guerreros, que pelean día a día contra el cáncer. Su condición no les ha impedido cumplir sueños, estudiar, conocer gente, viajar, ver la vida con alegría…
La actitud con la que se asume el cáncer es clave para vivir bien o morir con dignidad. La psiconeuroendocrinoinmunología descubrió que cada emoción tiene una bioquímica que puede ser sanadora o, en su defecto, destructiva.
De ahí que es vital que cada vez se forjen más guerreros y menos pacientes. Hasta ahora, los cuidados paliativos y ese tipo de acompañamientos se han concentrado más en centros privados u organizaciones de ayuda social. La Fundación Jóvenes contra el Cáncer y la Fundación Ecuatoriana de Cuidados Paliativos son solo dos ejemplos.
En esta última casa vivió David Pérez, de 68 años. Le diagnosticaron cáncer de próstata en el 2004. Los médicos le dijeron que fuera a casa a esperar lo inevitable: la muerte. Pero él se aferró a la vida.
Dedicó buena parte de su tiempo a compartir con sus familiares y allegados. También a leer y escribir. Sus memorias quedaron plasmadas en un libro llamado ‘Versos Cojos’. El texto y su historia ahora son una fuente de inspiración de los nuevos guerreros.