Espositivo para los intereses del Ecuador, que son los que deben primar y no la hiperideologización imperante, participar en los foros internacionales que se abran. Por ello aplaudo la creación de la Celac, que permite aunar los esfuerzos de los países de América Latina y del Caribe que tienen, a pesar de su heterogeneidad, similares objetivos, y también la participación del Ecuador en ella.
La semana pasada se realizó en Quito la IV Cumbre de esta organización, pero sus resultados fueron pobres y dispersos. Las razones: volvió el defecto de la retórica, hubo múltiples declaraciones de buenas intenciones sobre temas ya debatidos en otras cumbres; no faltaron los largos discursos y muy poca concreción. Se planteó una agenda tan amplia como irrealizable, desde la erradicación de la pobreza –nada menos- hasta el desarrollo de la ciencia y el conocimiento pasando por el medio ambiente y el financiamiento para el desarrollo. El mismo presidente Correa, usualmente crítico de las cumbres, ha dicho, con razón e ironía, que ojalá sirvan para algo las declaraciones, “si con las declaraciones cambiamos el mundo, pongamos más”, ha dicho.
La Presidencia pro tempore de Ecuador fue muy poco proactiva. Según la Cancillería, asistieron solo 14 jefes de Estado de 33 miembros de la Celac ¡menos de la mitad! A la reunión de cancilleres de medio período vinieron solo 9! La única excepción positiva de la opaca presidencia pro tempore fue la intervención personal de Correa para reunir en Quito a los presidentes de Colombia y Venezuela con el fin de atemperar las tensiones fronterizas por la deportación de colombianos por orden de Nicolás Maduro.
La Celac es necesaria, pero antes debe definir su identidad. Debe ser un foro de diálogo y concertación política donde los miembros debatan y adopten posiciones comunes sobre temas concretos con mecanismos de implementación igualmente concretos. Ejemplos: respaldo a Argentina en su reivindicación de la soberanía sobre las Malvinas; apoyo a Cuba en su aspiración legítima de recuperar Guantánamo y en el levantamiento del embargo comercial de Estados Unidos; es, decir apoyar a Obama frente a su Congreso; promover la solución de problemas territoriales que aún subsisten en la región. Acompañar en el terreno a Colombia para hacer efectiva la paz con las FARC y en el postconflicto. Pero todo esto no con simples proclamas sino con acciones. Debe disponer, además, de un estatuto y una institucionalidad, que tampoco tiene.
Aspirar a fijar políticas económicas y comerciales comunes no es real. Entre los miembros hay modelos diferentes que no podrán modificarse ni unificarse. Reemplazar a la OEA es inviable e inconveniente. No hay que dejar de utilizar un foro en el cual podamos dialogar e inclusive, si es necesario, confrontar con la primera potencia mundial.