Cuando el poder se construye en torno a dogmas de fe, es imposible pensar que quienes planteen ideas distintas no sean tratados como traidores o apóstatas.
Si no se arrepienten y declaran sumisión para tener una segunda oportunidad, son tratados como la manzana podrida de la que nos hablaban los folletines escolares dieciochescos.
Las crisis suelen hacer más férreas a las ideologías. Ese conjunto de creencias y de ideas alrededor del poder se vuelve mucho menos flexible cuando quienes las sustentan y las utilizan se sienten acosados por la realidad.
Se entiende que quien traiga al gueto ideas extrañas sea tratado como alguien que rompió el acuerdo y atentó contra la hermandad.
En este tipo de organizaciones no existen librepensadores. No puede haberlos cuando por un lado hay un grupo que genera las ideas a las que hay que aferrarse y, por otro, una mayoría que los repite con la convicción de que en ello se juegan la vida.
Fernando Bustamante es hoy víctima del sistema que ayudó a crear, un sistema que no respetó ni respetará el derecho democrático a discrepar.
Para sostenerse, las ideologías necesitan un líder alrededor del cual construir una imagen de infalibilidad y poder, con todos sus gestos y su fasto: espontaneidad, inteligencia reconocida en el exterior, encarnación de un bien intangible que se debe cuidar con celo.
Evo Morales, con su humor sencillo, se ha encargado de cuestionar al menos dos de esas meticulosas elaboraciones.
Aparte de haber apuntalado bien su poder en un cambio institucional generalmente copiado de otros lados, las ideologías también necesitan acopiar un imaginario de eslóganes y sonidos; desempolvar, tomar prestado, adaptar, comprar derechos, todo vale en esta construcción.
Y, por supuesto, armar una ‘troupe’ de artistas dispuestos a llevar la palabra revelada a todos los rincones del país y del mundo.
Es que no solo el conservadurismo intenta crear lo que dentro de las categorías marxistas se considera como la generación de una falsa conciencia sobre la realidad. Lo intenta hacer quienquiera que busque mantenerse en el poder, y lo hace quien cuenta con los recursos. Pero la mayoría de veces las circunstancias hacen crujir el modelo.
Por eso, puede resultar gravísimo y muy costoso que quienes gobiernan sigan a la espera de que la realidad se adapte a su dogma, como parecía suceder en los años en que la bonanza económica soportaba cualquier ideología. Ahora la situación es distinta y es imprescindible quitarse el tan elaborado ropaje ideológico.
Algunos resultados son el pomposo latinoamericanismo sin resultados tangibles; un plan de propaganda que podía haberse dirigido a educar y no a adoctrinar; una pérdida de tiempo para lograr acuerdos comerciales, y sobre todo una confrontación que deterioró el tejido social necesario para superar la negada crisis. ¡La ideología es costosa!