No son exactamente “conversas” sino reconversas porque se cree fueron musulmanas desde siempre, desde un inicio. “Conversión no”, añaden, “convicción”. En su mayoría mujeres ecuatorianas (buena parte de Quito y Guayaquil) de entre 18 y 35 años, otrora católicas, han optado por el Islam (sunitas y chiítas). Algunas –de los 2 000 adeptos existentes- estudian árabe para poder leer el Quran en su idioma, otras incorporan el tipo de alimentación, la indumentaria, las formas de convivencia familiar, los momentos de oración a su vida cotidiana, incluido el lugar de trabajo. Es una forma de revertir la extroversión, característica de Occidente sinónima de éxito, con el de una vida más contemplativa que en el mundo anterior se tildaría de “loser” (perdedor).
Julia, una de las musulmanas ecuatorianas entrevistadas por el equipo de investigación liderado por la antropóloga María Amelia Viteri, mencionaba que es “una religión más serena, menos caótica”, que la aleja de chismes, provoca la unidad familiar y protege. Así como la protege el velo o hijab, indumentaria que se reconoce como la sabiduría que las resguarda, empodera y libera. Así, dicen ellas, son valoradas por su cualidades humanas y no solo por su atractivo físico. En este aspecto, la religión se sitúa en un primer plano, una práctica religiosa que exige obediencia a Allah. Lo secular y lo sagrado se entrelazan permanentemente. Nada extraño. El 23% de la población mundial es musulmana y es la religión de mayor crecimiento, más que el de la población mundial. Interesante preguntarnos qué significa este fenómeno más allá de reducir todo a la expansión violenta del Estado Islámico.
Esta es una mínima parte de lo que tratarían en sendas investigaciones y reuniones el equipo curatorial que, bajo la batuta de María Fernanda Cartagena, directora hasta hace poco de la Fundación Museos de la Ciudad, propusiera en el proyecto “Espiritualidades”, en la actualidad desplegado en varios museos del Distrito Metropolitano de Quito. Para estas sendas exposiciones se seleccionaron 15 comunidades de fe, de entre las 150 existentes en la capital, una de ellas la musulmana.
Si el 20% de la población quiteña se identifica con otras formas de espiritualidad, resulta altamente pertinente conocerlas, vencer prejuicios, estereotipos y discriminaciones y, sobre todo, saber que nuestras ciudades son territorios en constantes procesos de configuración. Debemos romper –advierte Viteri- el esquema monolítico del imaginario nacional y reflejar la diversidad y las conflictivas convivencias entre grupos. Parecería ser, además, que la fragmentación religiosa contemporánea y la progresiva secularización de las sociedades occidentales son confrontadas por un fenómeno que habla de resurgimiento masivo de la conciencia de comunidad y de espiritualidad.
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