La nueva jornada de movilizaciones no tuvo la repercusión ni la misma capacidad de convocatoria que en ocasiones anteriores. Y es singular que esto ocurra cuando se acerca el día en que la Asamblea comience el segundo y definitivo debate a las enmiendas a la Constitución, motor fundamental de las jornadas de agosto y del jueves pasado.
Está instalada en la población la idea de que el 82% de ella quisiera ser consultada para definir la que tiene que ver con la elección indefinida (todo indica, por cierto, que será modificada por un eufemismo: candidatura indefinida). Los miembros del oficialismo no suelen encontrar una respuesta satisfactoria que revierta esa demanda; generalmente se amparan en que son los ganadores de la elecciones pasadas y expresan la voluntad de la mayoría.
(Una digresión necesaria: para eso supuestamente son las elecciones parlamentarias de medio tiempo, para que en el vaivén de la política la población refrende o no esa confianza depositada dos años atrás).
Volviendo al tema: si el 82% de la población dice que quiere ser consultado, se puede concluir que es un tema nacional. Por tanto, congrega a los unos y a los otros. Pero el sindicalismo, los movimientos no quieren que otros sectores participen. Tienen un prurito; la derecha les da salpullidos y no pueden acercarse un poco siquiera so pena de una alergia de la que difícilmente convalecerán.
El sindicalismo debe darse cuenta de algo: no es el de antes y ahora trata de recuperar la credibilidad perdida de los 80 y 90. Dirigentes laborales han reconocido que ni siquiera representan a más del 5% de la población obrera en el país.
En política no funciona el ‘voluntarismo’, pero debe haber una voluntad política. Y eso está precisamente en saber que la demanda supera largamente la representación sindical e indígena. Si no se animan a superar sus ideologías, que para el caso son barreras ideológicas, y se abren a los demás, lo único que queda es un antihistamínico político.