De todos los impuestos existentes, el único y que más daño sociogénico-biológico produce es el “impuesto cognitivo”, secuela de la desnutrición crónica infantil y de la que son tributarios más de 500 000 niños ecuatorianos menores de 5 años, quienes siguen heredando la única debilidad mental que se puede prevenir, la única que se puede revertir, la única creada por el hombre. Explico: el cerebro pesa al nacer 35 gramos equivalentes a 6 monedas de un dólar; al año de edad se dispara a casi un kilo de peso o 150 monedas de un dólar; de adulto el cerebro pesa 1 kilo 200 gramos o 200 monedas de un dólar. Como vemos, el crecimiento gigantesco se hace durante el primer año de vida, pero si nacemos y morimos con la misma cantidad de neuronas ¿por qué aumenta el peso del cerebro? Porque de los 100 a 140 000 millones de neuronas con que nacemos, cada una emite hasta 15 000 cables que se unen sucesivamente con otras neuronas. El 50%de este crecimiento depende de una buena alimentación y el otro 50% de una buena estimulación. El daño cerebral en estos niños anémicos de bajo peso o talla corta para su edad es, entonces, irreversible y de nada sirve si después pretendamos alimentarlos con “chispitas insípidas”. Y peor si los devolvemos al ambiente hostil de donde provienen, pues podrán sumar y restar, multiplicar y dividir con dificultad pero nunca entenderán una lectura compleja, todo porque sistemáticamente los jóvenes expertos de turno no hacen un abordaje integral de la problemática social que da origen a la extrema pobreza.
Lamentablemente, esta desnutrición con daño cognitivo se sitúa en 24,1% a escala nacional con porcentajes superiores en provincias como Chimborazo, Bolívar y Cotopaxi por lo que, pese a un millonario gasto social, este indicador del subdesarrollo es todavía una deuda vergonzante pendiente y de muy lenta resolución.