Pocos ecuatorianos vivirán esta experiencia turística en su propio país, pues el precio está por las nubes. Afortunadamente fui invitada y disfruté de días de descanso y trabajo a la vez, en un vagón del famoso Tren Crucero, en la vía Durán- Ambato. El tramo del Cotopaxi con su hermosa parada del Boliche está fuera de servicio por la posible erupción y se cambió con un viaje en bus hasta Ibarra y luego, en tren, hasta Otavalo.
¡Lo positivo! Increíbles escenarios naturales y diversidad de un mágico país. Locomotoras y vagones, impecables en su recuperación y decoración interna, que resultan en comodidad y seguridad. La profesionalidad del personal durante el trayecto, maquinistas apasionados, guías representantes de la generosidad y simpatía ecuatorianas, aunque con un inglés deficiente en algunos casos. Excelencia de los hospedajes como La Andaluza en Riobamba, y La Danesa, hacienda que propone experiencias únicas en su programa del día, su gastronomía y presentación impecables y llamativas en cualquier lado del mundo; la deliciosa cena en el Hotel Quito con una vista inigualable de la ciudad, aunque mediocre en sus habitaciones, además de la rica culinaria y paz en Puerto Lago, al finalizar el tramo en Otavalo. El hospedaje en Bucay debería desaparecer.
Fui la única nacional en una treintena de extranjeros. Y eso me dio una perspectiva especial de un producto que convertiría a nuestro territorio en un país turístico por excelencia pero, aunque es precioso y vale la pena por muchas razones, hay que admitir que el zapatero debe dedicarse a sus zapatos. Así, este convoy, que en sectores inicia con fabulosas locomotoras de vapor reconstruidas a la perfección y de por sí históricas, debería estar en manos del sector que administra con excelencia el turismo: el privado. Aunque el Estado y sus empresas traten de lucirse, hay actividades que requieren de años de experiencia y conocimiento profundo de cómo tratar turistas, destinos y productos turísticos.
Una aventura inolvidable sobre una nube de vapor. La mayoría de extranjeros hace el viaje porque es fanático de locomotoras antiguas y conocen la historia de la Nariz del Diablo; toman todos los recorridos de trenes similares que hay en el mundo.
Son expertos, comparan, disciernen y saben de costos. Esperan lo justo por el precio y son exigentes. Su precio, caro en cualquier lado, contrasta con acomodaciones nocturnas, así como comidas, variables en calidad. Odian cambiar un tramo en bus por uno que debían viajar en tren, pero que no les fue reembolsado cuando lo solicitaron. La calidad total deja que desear. Llenar un papelito de comentarios no basta, no reflejará la verdad, sino en pocas excepciones.
El balance es bueno, pero no excelente y la pena de que pocos ecuatorianos reconoceremos Ecuador envueltos en una exótica y aventurera nube de vapor.
Lo recomendaré una y mil veces, orgullosa de mi país y esperanzada con que las críticas se tomarán constructivamente y cambiarán aquello que no demuestra excelencia en turismo de una nación que espera ser turística en esencia.