Después de siete años de hacer conjuros en contra del enemigo, el Gobierno de la revolución ciudadana ha decidido pactar con el enemigo. Se puede decir lo mismo del sector empresarial. El Gobierno decía, generalizando, que los empresarios son evasores de impuestos, que privilegian el capital por encima del ser humano, que solo les interesa las utilidades y mucho más. Los empresarios decían que el Gobierno ha dilapidado miles de millones, que ha implementado un modelo populista y destructivo, que ha llevado al aislamiento del país y mucho más.
Prohibido recordar lo que se han dicho; ahora están dialogando sobre las condiciones en las que el sector público y el sector privado se convertirán en socios y emprenderán grandes proyectos. Lo que ha obligado a cambiar al Gobierno y a los empresarios se llama realidad. Cayeron los precios del petróleo que le dieron al país ingresos extraordinarios y le permitieron al Gobierno actuar con prodigalidad y soberbia; gastó en proyectos presuntuosos como universidades elitistas, ministerios decorativos, aeropuertos sin aviones, carreteras costosísimas; repartió bonos, becas y subsidios; compró aviones, helicópteros y vehículos; cuando se acabó el dinero, apeló a los impuestos, las confiscaciones y el endeudamiento. Se agotaron los recursos y no se agotan las necesidades. ¿De dónde saldrá más dinero para gobernar?
Aquí es donde entra la empresa privada porque tiene el dinero que el Gobierno necesita, pero no le dará como contribución, ni siquiera como préstamo, le dará como inversión en los proyectos más rentables y atractivos que están en los sectores estratégicos, aquellos que el Estado había reservado como exclusividad suya. De paso, la empresa privada generará empleo, aportará dinero fresco, pagará impuestos… le permitirá sobrevivir al Gobierno.
La revolución ciudadana ha empezado a aplicar la receta que el sector privado le sugería: reducir el gasto público, vender los bienes improductivos, privatizar empresas como gasolineras y medios incautados, reducir o eliminar subsidios y apelar al Fondo Monetario Internacional que tiene crédito con intereses más bajos y plazos más largos que los chinos. La estrategia de tomar las medidas antes de acudir a los créditos del Fondo Monetario le permitirá a la revolución ciudadana asegurar que las medidas no son impuestas por organismos internacionales y que la soberanía sigue intacta.
Todavía no es posible adivinar si la revolución ciudadana se convertirá en una derecha socialista al estilo Tsipras, que implementa un programa de ajustes y mantiene el discurso revolucionario o se convertirá en una izquierda extremista al estilo Maduro, que solo desea aferrarse al poder. Entusiasmados con la posibilidad de los acuerdos, es posible que los empresarios caigan en la tentación de olvidarse de las medidas de confianza como el archivo del proyecto de enmiendas; eso les acercaría al Gobierno pero les alejaría de los ciudadanos.
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