Estamos hablando de un grupo de gente bastante desubicada. Tan desubicados que se llamaban a sí mismos ‘del siglo XXI’, pero mentalmente vivían en los años 60 del siglo pasado.
Tan desubicados que seguían dando peleas que en el resto del planeta se habían superado hace décadas. Por ejemplo, creían que el Estado estaba ‘llamado a intervenir en la economía’ y a tener ahí un ‘rol protagónico’.
Y eso lo seguían pensando a pesar de la caída del Muro de Berlín, a pesar del colapso de las economías centralmente planificadas, a pesar del éxito de China a raíz de su apertura hacia el mercado y a pesar del desastre en que terminó la política de industrialización en los países pequeños de América Latina en los años 70.
Y cuando se pusieron a implementar esas políticas antiguas (a las que rebautizaron con algo de una matriz que cambiaba), se sorprendieron porque no funcionaron y no encontraron otra solución que poner controles para tratar de que funcionen y cuando los controles fallaron, solo se les ocurrió poner más controles. Salvaguardias les llamaron.
Tan desubicados estaban que no se dieron cuenta que el crecimiento de la economía solo ocurrió porque el gasto del gobierno se disparó. Y si pudieron disparar ese gasto fue porque había un petróleo a precios astronómicos y un mundo dispuesto a prestarnos.
Tan perdidos en el ancho mundo estaban que fueron los únicos sorprendidos cuando el precio del petróleo cayó. Porque realmente había que estar perdidísimo para no saber que luego de un período de precios extraordinariamente altos, era inevitable que viniera un período de precios relativamente bajos. Y hay que estar con los pies muy lejos de la tierra para no saber que eso es lo que ha venido pasando en los mercado de materias primas en los últimos siglos.
Fue tal el nivel de sorpresa con la que recibieron la caída del precio del petróleo, que cuando ocurrió no habían ahorrado nada y no tenían herramientas para mantener alto el gasto público que ellos mismos valoran, aprecian y admiran tanto.
Claramente desubicados estaban, tanto que seguían enfrascados en temas que realmente vienen de los años de la Guerra de Vietnam, como, por ejemplo, ese antiamericanismo tan típico de esa época, esa desesperación por buscar aliados que sean enemigos del ‘Imperio’ (así sean iraníes, cubanos o bielorrusos), esa desesperación por ser, a toda costa distintos al Imperio: el imperio frena la entrada de inmigrantes, yo declaro la ciudadanía universal.
Perdidos de la realidad, no supieron leer los signos de los tiempos y no se dieron cuenta que los ecuatorianos colgaron hace décadas las boinas revolucionarias y las cambiaron por la bolsa de compras del centro comercial y que hoy prefieren tener una televisión plasma que salir a las calles a defender a un gobierno que no sale de su asombro cuando no logra llenar la Plaza Grande con manifestantes que lo apoyen.