El 6 de setiembre de 1815 –es decir, hace 200 años que se cumplirán exactamente el próximo domingo–, Bolívar escribió en Kingston una larga carta a un caballero inglés, residente en Jamaica, para contestar a los requerimientos que este le hiciera acerca de informaciones precisas sobre la situación de las colonias españolas en la América del Sur, no solo en lo que se refiere a su población y a los conflictos que atravesaban desde la conquista hispánica, sino también respecto a sus perspectivas reales para el futuro inmediato.
Sin contar con informaciones confiables, antes bien, lamentando no disponer en su exilio de documentos y libros en los cuales hallar datos certeros, Bolívar redactó un largo documento que, sin duda alguna, debe contarse entre las fuentes fundamentales para estudiar su pensamiento político y para apreciar su visión de estadista.
El interés actual del documento conocido ahora como la Carta de Jamaica no estriba, desde luego, en los cálculos poblacionales que aventura Bolívar, cuyas cifras solo podrían tener valor como una referencia histórica, con un grado de aproximación a la realidad que solo se podría calibrar al compararlas con los datos que hoy ofrecen los estudios de demografía histórica.
Aunque también permiten apreciar la mayor o menor precisión de los conocimientos del Libertador sobre estas materias, su interés queda opacado por las opiniones de orden político que expresa en su carta, y muy particularmente sobre la conveniencia de establecer en América los modelos políticos que hasta la fecha se habían diseñado en los países europeos.
“Nosotros somos un pequeño género humano –escribe Bolívar con palabras que ningún estadista americano debería olvidar–; poseemos un mundo aparte cercado por dilatados mares; nuevos en casi todas las artes y las ciencias, aunque en cierto modo viejos en los usos de la sociedad civil.”
¿Imaginaba ya que en el futuro (en ese futuro que es nuestro presente) aparecería la tendencia a desconocer el valor de la sociedad civil en algunos países de nuestro continente, y a forjar distorsionadas representaciones de nosotros mismos sobre la base de alguna desventaja en el dominio de las ciencias de Occidente? ¿Vislumbraba ya la generalización del error de medir nuestros propios valores por comparación con los europeos, tenidos como referencia inamovible?
Bolívar expresa su deseo de ver en América un país grande y libre, organizado según los mandatos de la razón: al fin y al cabo, era un hombre formado en el espíritu de la Ilustración. No obstante, duda de que los pueblos americanos hayan alcanzado el nivel necesario para gobernarse en estados republicanos, e insinúa su preferencia por los gobiernos fuertes. “No siéndonos posible encontrar entre las repúblicas y las monarquías lo más perfecto y acabado, evitemos caer en anarquías demagógicas o en tiranías monócratas”, dice, y concluye que “la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración”.
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