Tiene las manos cubiertas de polvo de tiza y restos de carbón. Aprovecha los días soleados para sentarse en alguna de las aceras o pasajes del Centro Histórico de Quito, en donde traza sus dibujos.
Pablo Forlani nació en un pueblo llamado Venado Tuerto, al sur de la provincia de Santa Fe, en Argentina. Hace 10 meses emprendió un viaje desde allí. Pasó por Bolivia y Perú antes de llegar a Ecuador. Pretende llegar un día a Alaska y Canadá. Su propósito es ver las auroras boreales, antes de regresar a su ciudad natal.
En una mochila guarda cajas con varios colores de tiza y decenas de hojas con figuras impresas. Abundan los seres fantásticos y mitológicos como elfos, magos, orcos, dioses, etc. Pero desde que llegó a Quito tiene, además, imágenes de obras de Oswaldo Guayasamín. En Ecuador ha conocido ciudades, pueblos, montañas, playas y selva. “Lo único que le falta a Ecuador son desiertos. De allí acá está todo”, comenta.
De tanto que ha dibujado en su vida, ya no recuerda cuándo empezó a dedicarse a este arte, pero la técnica de tiza es una novedad en su trabajo. En medio de su viaje en solitario conoció a un artista que iba de un país a otro dibujando en el piso. Entonces, Pablo dejó los malabares y tomó las tizas.
Lleva tres meses en Quito. Un tiempo se hospedó en un hotel del Centro Histórico, pero ahora se aloja en un hostal de Guápulo. En estos lugares se ha encontrado con otros viajantes. Al inicio dibujó en las calles de Quito junto con otra pintora y un músico japonés, que tocaba el didjeridú (instrumento musical). Ellos tomaron otros rumbos. Él continúa trabajando en el país.
“Acá la gente es piola, rebuena onda. Lo único que no me gustó fue que la Policía de la Costa no te deja laburar. En los sitios muy turísticos le buscan la vuelta para que los malabaristas o los artesanos no puedan trabajar”.
Cuando él se sienta a dibujar, los transeúntes se paran y lo miran. Algunos conversan, le dejan monedas o lo elogian. Otros le toman fotografías. Sus dibujos duran hasta una semana, si no llueve y no los pisan mucho.
Su arte no solo llamó la atención del público quiteño y extranjero que camina por el centro. También tuvo acogida en el Municipio. Ahora trabaja para el programa Quito a pie. A veces ha dibujado en otras zonas de la ciudad, pero se siente más cómodo en las calles coloniales. Pablo es alegre y amable. Quizá por eso sea que pese a que viaja solo la mayor parte del tiempo, nunca falta un nuevo amigo en un tramo de su ruta.
Sobre el artista
Pablo Forlani tiene 25 años. Dice que su familia ha sido un poco nómada por Argentina, pero esta es la primera vez que realiza un viaje fuera del país.
Lleva 10 meses de viaje y no sabe cuándo volverá. Calcula que serán al menos dos años de recorrido. Dependiendo del tamaño de su obra, tarda entre tres y cinco horas en terminarla.