No todos quieren que la democracia funcione. En un reciente artículo titulado “Enfrentando la recesión democrática”, Larry Diamond, politólogo de la Universidad de Stanford, señala que desde 2006, la democracia ha sufrido importantes retrocesos en todo el mundo, que describe en conjunto como “una recesión”.
Se han dado golpes de Estado en varios países, y en muchos otros han crecido evidencias de marcado autoritarismo que llevan al autor a describir a algunos de esos países, incluso en América Latina, como “semidemocracias”.Es fácil culpar de estos retrocesos a los dirigentes políticos –Putin en Rusia, Erdogan en Turquía, Chávez, y luego Maduro, en Venezuela, entre otros-.
Como escribió Erich Fromm en “El miedo a la libertad”, “Una ilusión común, quizá la más peligrosa de todas, era el considerar que hombres como Hitler habían logrado apoderarse del vasto aparato del Estado solo con astucias y engaños”. Pero como también señala Fromm, “En los años que han transcurrido desde entonces, el error de estos argumentos se ha vuelto evidente. Hemos debido reconocer que millones de personas en Alemania estaban tan ansiosas de entregar su libertad como sus padres lo estuvieron de combatir por ella”.
Siendo incorrecto e injusto endilgarles la culpa solo a los gobernantes autoritarios, ¿en qué radica la responsabilidad de todos nosotros quienes hacemos la sociedad? “Para hacer que la democracia funcione”, como dice el título del extraordinario libro del catedrático de la Universidad de Harvard Robert Putnam, es necesaria una sociedad civil vigorosa, que sustente a la democracia en todos sus múltiples ámbitos: al interior de las familias, en las escuelas y colegios, en las instituciones y las empresas, en las cooperativas, en los sindicatos, en las universidades.
¿Cómo podemos sustentar la democracia? No solo saliendo a calles y plazas a expresar rechazo y a protestar cuando las realidades sociales se hacen desagradables. Tampoco solo esperando la siguiente oportunidad para elegir a un nuevo caudillo, diferente del caudillo que pueda haber decepcionado nuestras expectativas. La verdadera contribución que podemos hacer todos para que la democracia funcione radica en eliminar de nuestras creencias y actitudes los diversos rasgos del autoritarismo que aún son dominantes en muchas sociedades humanas. Para citar a Fromm nuevamente: “La estabilidad y la expansión de la democracia dependen de la capacidad de autogobierno por parte de los ciudadanos, es decir, de su aptitud para asumir decisiones racionales en aquellas esferas en las cuales, en tiempos pasados, dominaba la tradición, la costumbre, o el prestigio y la fuerza de una autoridad externa”.
Si queremos que la democracia funcione, necesitamos cuestionar muchos antiguos paradigmas, y hacer cambios muy de fondo.