@farithsimon
En la actualidad existe una adhesión generalizada a la democracia como forma de organización del Estado. No hay voces -o al menos no se presentan en público- que defiendan otras formas de gobierno. Gracias a la ambigüedad del concepto democracia es un consenso que al mirarlo detenidamente muestra grandes fisuras, algo puesto en evidencia –una vez más- debido a la discusión sobre las enmiendas constitucionales.
Los defensores de la reelección indefinida (muchos de ellos hace poco tiempo furiosos detractores de esa posibilidad) alegan que no hay una mayor expresión de democracia que “ampliar las opciones electorales”, algo que se obtendría modificando las reglas que impiden al Presidente en ejercicio optar nuevamente por ese cargo; esto implica –dicen- facilitar la pervivencia del proyecto político que representa. Pese a la trascendencia del cambio constitucional no consideran necesario someterlo a la aprobación del soberano. Afirman que finalmente el “pueblo” lo decidirá al elegir entre los candidatos.
Los detractores de esta opción sostienen que la alternancia es consustancial a la democracia, que al ser un elemento intrínseco es un cambio que tendría como consecuencia la modificación de un componente fundamental y constitutivo del Estado, una opción vedada al poder constituido (la Asamblea Nacional).
El debate, usando las categorías propuestas por Gustavo Zagrebelsky, enfrenta a dos visiones, una dogmática y otra escéptica, que ‘pueden parecer amigos de la democracia, pero solamente son falsos amigos […], detrás de las apariencias, la suya no es una adhesión, sino más bien una adulación interesada. No sirven a la democracia, sino que se sirven de ella, en tanto en cuanto les puede ser útil’.
Los dogmáticos eligen el ‘tipo’ de democracia que defienden en cuanto les sirva para imponer su noción de “verdad” y de corrección; sabiéndose en ventaja impulsan de manera decidida a la democracia participativa, incluso afirmaron que vivimos en una “democracia sin fin” y que por ello se consultará al pueblo cuantas veces sea necesario. Ante la posibilidad de una derrota cambian, argumentan en favor de la democracia representativa y la legitimidad de una opción -la reelección indefinida- previamente cuestionada.
Del otro lado, el pragmatismo aboga por el respeto a la Constitución y a la democracia participativa en la medida que abre la posibilidad de que esta facilite su acceso al poder, en tanto exista alguna oportunidad de triunfar el pueblo es el llamado a decidir y no quienes fueron electos para representarlos.
Finalmente, la adhesión, una forma de democracia (participativa, representativa o directa) es un medio y no un fin, su defensa está condicionada a los posibles resultados de acuerdo con las encuestas, así el pueblo es reducido a una condición de informante inerte, ‘un objeto muerto, una fuerza bruta a la que se da y quita la palabra según lo que interese”.