En los años noventa se decía que las fuerzas populares y de izquierda, entonces afectadas por el derrumbe de la URSS, eran cosa del pasado, que el neoliberalismo sería permanente de allí en adelante. Algunos lo negamos, pero la corriente mayoritaria de la opinión pública aceptó la idea del fin de la izquierda y las ideologías.
Sin embargo, a pocos años, en la primera década del siglo XXI, con el descalabro de las experiencias neoliberales, en América Latina se dio una reacción progresista. Viejos y nuevos actores sociales lograron notables avances, como la movilización de los indígenas, las mujeres y los defensores de la naturaleza. Se gestó una reacción de masas que trajo triunfos electorales de fuerzas progresistas en varios países, que realizaron cambios constitucionales, alianzas internacionales, obras públicas, reformas sociales y redistributivas, en algunos casos notables, que les dieron gran respaldo electoral.
En los últimos años, sin embargo, se han patentizado los límites de esos proyectos reformistas, porque han tenido serios fracasos económicos o porque, en vez de radicalizar sus posturas, han buscado acomodo con los poderes nacionales e internacionales. Por ello se ha reactivado la protesta social y, en algunas casos, se han dado enfrentamientos con las organizaciones populares.
En Latinoamérica, el capitalismo y algunos rasgos del neoliberalismo han demostrado ser persistentes. Hasta gobiernos que se identifican como progresistas han dado la espalda a las demandas populares y han permanecido bajo predominio del capitalismo global. Así las cosas, su respaldo político ha disminuido y la posibilidad del retorno de la derecha ha aparecido.
Por otra parte, la crisis del capitalismo, sobre todo en Europa, ha complicado el panorama mundial.
Ante esto, desde la perspectiva de izquierda y los movimientos populares, se da la disyuntiva de acomodarse a la globalización capitalista, o renovar su compromiso de lucha por el socialismo y la democracia radical. Pero la opción no es nada fácil. Supone, sobre todo, unidad y compromiso para marchar adelante, considerando que el cambio no es una utopía inalcanzable, sino un objetivo posible si la organización del pueblo se consolida. Pero para ello, la izquierda y las organizaciones sociales deben enfrentar una seria renovación, volviendo a sus fuentes en el movimiento popular, desechando herencias estalinistas y afrontando el futuro con imaginación y consecuencia.
Cuando se hablaba del fin de la izquierda latinoamericana, estuve entre los que dijeron que eso era falso. Y la historia nos dio la razón. Ahora vemos que los gobiernos progresistas latinoamericanos, aun con sus triunfos electorales, han perdido impulso. Hoy como antes, para recobrar el rumbo histórico, la consigna es volver a las raíces populares.
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