Como una especie de auto sacramental -por doctrinal y, fallidamente, alegórico-, la Secom ha intentado hacer dramaturgia en ‘Esta es la verdadera libertad’, con un personaje simbólico que encarna un concepto abstracto. Y, para cumplir con la dicotomía villano-héroe, con caricaturizaciones de la banca, la prensa y los empresarios, cuestionados por el poder de turno.
A tal punto resulta improbable la ‘verdadera libertad’ enarbolada por el Gobierno, que para representarla, en lugar de datos y hechos verificables, de actitudes que den cuenta de ella, se tomaron los recursos de la ficción audiovisual, pero en su forma más panfletaria.
Una cosa es la ficción en la línea del entretenimiento –que no descarta propuestas reflexivas cuando está lograda– y otra diferente es la ficción con fines propagandísticos. La segunda carece de ambigüedad –propiedad que permite múltiples lecturas– y más bien concluye con un mensaje unidireccional.
Ese mismo carácter unidireccional que anula cualquier opción de debate sobre sus postulados evidencia que en reemplazo de un concepto que lo sostenga, el ‘spot’ se construyó desde una burda estigmatización. También, desde el gesto lascivo y desde el simplismo de este populismo mediático: ‘Esta es la verdadera libertad’, la que se contenta con un público irreflexivo.
Con parlamentos propios de mórbido melodrama, los actores dan voz al mensaje de la propaganda política (¿el actor debe objetar su postura personal ante el producto que recrea? o ¿ la ética del actor se debe al cumplimiento de las demandas de un personaje, de un guión, sin importar el mensaje que transmita tal contenido?).
Así, este montaje premeditado –que no inteligente– se ha hecho pasar por mensaje de interés general con la fórmula de una psicomaquia, por medieval y maniquea, firmada por la Secom: otra estrategia de manipulación comunicacional, que pretende incidir en el universo simbólico del espectador-ciudadano.