Una parte de la izquierda cierra filas con Rafael Correa y repite a coro “no a la restauración conservadora”. Otra del mismo membrete denuncia que el Mandatario ha traicionado su génesis y gira hacia la derecha. Ambos exhiben esa vieja manía de parapetarse detrás del escudo de la palabra izquierda. Con ella se otorgan una calidad moral superior que todo facilita y simplifica: aquí estamos los buenos, los luchadores, los que queremos justicia y allá el resto.
Los grupos tienen el derecho legítimo de buscar el poder y mantenerse allí. Eso es lo normal en una democracia sana y con alternancia. Pero de allí a creer que más allá de su horizonte nada bueno puede haber, hay una gran distancia. La actitud de superioridad moral e ideológica es peligrosa.
Recuerde usted la vieja Unión Soviética, donde los disidentes se consideraban enfermos y eran llevados a psiquiátricos, se los enviaba a trabajos forzados o morían asesinados. Ese caso parece extremo y lejano, pero piense en el presente y encontrará cerca hechos de cómo actúan quienes se adueñaron de la verdad.
En las democracias modernas la alternancia es deseable, igual que la diversidad ideológica y los equilibrios e independencia de los poderes del Estado. Nadie dice que este esquema es perfecto. Pero al menos es la base para gestionar los desacuerdos y defender las libertades. Además, de qué democracia se puede hablar cuando la sociedad está dividida entre ciudadanos que pueden gobernar (los de izquierda) y los que no (el resto).
La vieja actitud de la izquierda, que divide de un brochazo lo bueno de lo malo, ha sido animada desde los inicios del actual Gobierno. Ahora se exacerba ante la crítica que en parte de la población genera la gestión oficial, lo que mostraron las elecciones de febrero y confirmaron las últimas encuestas ante la posible aprobación parlamentaria de la reelección presidencial indefinida.
Se aprecia que parte de los ciudadanos comienza a otear más allá del bombardeo de propaganda del Gobierno que se proclama de izquierda. Aquello no se puede entender desde la orilla del poder. ¿Cómo, si nosotros tenemos la razón? Lo único que cabe, entonces, es culpar a los malosos conservadores. Son ellos quienes pretenden aguar nuestra gesta libertaria.
¿Pero dónde están los conservadores? Un sector de la izquierda que apoyó a Correa lo ve incrustado en el mismo gobierno y así lo hicieron saber a los participantes del Encuentro Latinoamericano Progresista de septiembre. En contra de ellos está el grupo Unidos. ¿Quién tiene la razón? Posiblemente un poco cada uno y es bueno que discrepen.
Lo deseable por el bien de la diversidad y la tolerancia es que bajen para siempre ese escudo de superioridad moral autootorgado y breguen juntos por una democracia robusta, donde quepan el diálogo y la alternancia, virtudes que desde el poder hoy se boicotean.