La muerte de una trabajadora, con su tierno bebé a la espalda, al caer en el foso de un ascensor que no estaba en funcionamiento, además de constituir una conmoción sentimental, presta nuevos argumentos a favor de que en nuestro país se despliegue una amplia y profunda campaña por la seguridad, especialmente preventiva.
La seguridad es una disciplina científica que cuenta con normas para evitar accidentes y sus pérdidas humanas y materiales.
A escala mundial, los países industrializados comprendieron, desde bastante temprano, que en el caso de un grave accidente de trabajo, el resultado es un fallecido, a cuya familia se debe pagar indemnización económica; pero como el dinero no es todo –excepto para los avaros y similares- la secuela es una familia en desamparo, con niños de futuro disminuido por la cuestión económica.
A nivel del Ecuador y de algunos países de esta parte del mundo, la seguridad preventiva comenzó a ser efectiva con una Decisión de la Comunidad Andina de Naciones.
Conocemos y acatamos el capítulo de Riesgos del Trabajo.
Por supuesto, las medidas preventivas no corresponden exclusivamente al empleador. En el tránsito, por ejemplo, no lo hay: cada conductor es independiente al cumplir su tarea. Todos los días, en Quito, la av. Simón Bolívar es una especie de camposanto, en cuyos 45 kilómetros han acaecido 365 accidentes solo en el curso de este año, con el resultado de 15 muertes.
¿Cuántos heridos y de qué gravedad (incluyendo parálisis corporal) se registrarían entre las otras víctimas?
El Estado ha dictado leyes, reglamentos, normas jurídicas por doquier; la Policía vigila sin descanso; colocan aparatos de control, pero algunos necios no entienden que no deben conducir en estado de embriaguez o con exceso de velocidad, causas principales de los accidentes. Y la gente continúa muriendo; y continuará igual, mientras no nos eduquemos y entendamos que no se debe conducir en esas condiciones.
No solo en el tránsito: los fallecimientos a causa de caídas se incrementan en nuestra capital; igual por golpes, quemaduras, etc.
La falta de conocimiento y educación determina que muchos se refugien en el fatalismo o en un optimismo absurdo: “No ha de pasar nada”; y bajo esa convicción, trepan alturas desde las que caen y fallecen.Inclusive, cual justificación al riesgo imprudente, argumentan protección divina: “Lo que pasa es que ya le llegó la hora”, “Dios no ha de permitir”. Y ante el fallecido, la exclamación de consuelo: “Ha de haber sido la voluntad de Dios”.
El Gobierno del Ecuador, que cuenta con tantos medios de comunicación y que usa, a su sabor, cualquier espacio de los privados de TV, a cualquier hora; interrumpiendo hasta la novela, debería dedicar un buen porcentaje a la educación preventiva de toda la sociedad, en particular de los jóvenes imprudentes.