Fernando Tinajero
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Hace seis años los ecuatorianos ratificamos mediante referéndum el texto de la Constitución de Montecristi.
En ese texto se define al Estado ecuatoriano mediante la enumeración de varios caracteres o atributos, y entre ellos son especialmente importantes la plurinacionalidad y la interculturalidad, puesto que se trata del más completo reconocimiento de una realidad que estuvo siempre presente, aunque fue ocultada por una sociedad que se fundó sobre la exclusión de los indígenas y de los afrodescendientes.
La consecuencia de tal reconocimiento ha sido la participación de algunos miembros de esas comunidades étnicas y culturales en determinadas funciones de gobierno o en ciertas instituciones públicas, amén de algunas prácticas más cosméticas que reales que han sido introducidas en el ritual de los actos oficiales.
Quiero pensar en términos positivos y me digo que, si bien la plurinacionalidad es un hecho innegable y no requiere ninguna acción para ser plenamente realizado, la interculturalidad es una aspiración de largo plazo, puesto que no se puede esperar que de la noche a la mañana pueda producirse un diálogo abierto de las diversas culturas que coexisten en el Ecuador, dentro de un clima de convivencia armónica y respetuosa.
Sin embargo, echo de menos la formulación de una política pública orientada al logro de tan compleja aspiración. Peor todavía: creo haber percibido ciertas muestras de la persistencia de un comportamiento que no podría ser calificado sino como una sobrevivencia colonial.
Tengo la impresión de que una real y efectiva interculturalidad está aún lejana en el horizonte de nuestro futuro. La ideología de la “cultura nacional”, engendrada hacia los años veinte y treinta del siglo pasado como una derivación de la Revolución Alfarista, correspondió a la necesidad de afirmar el vacilante estado nacional que nació de ella.
Las tendencias indigenistas que aparecieron entonces en la recién nacida sociología y en la literatura y las artes cumplieron ese importante papel, y llevaron a los ecuatorianos a sentirse dueños de una nación mestiza que se expresaba en una cultura.
Esta ideología ha tenido una larga vigencia entre nosotros. Tanta y tan profunda, que en la misma Constitución que proclama la interculturalidad y la plurinacionalidad no se ha tenido reparo de crear una serie de organismos que llevan en su nombre la palabra “nacional”.
Da gana de preguntar entonces de cuál de las naciones que aquí coexisten son esos organismos que ocupan todo el espectro de la organización estatal. No nos engañemos: seguimos pensando en los términos propios de la “cultura nacional” y aún tenemos que hacer muchos esfuerzos para lograr un país verdaderamente intercultural.
De estos y otros temas, vinculados con el conocimiento de nosotros mismos y la memoria de nuestro pasado, han discutido durante la semana anterior algunos profesores e intelectuales convocados por la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí. Un ejemplo digno de seguirse al que tendré forzosamente que volver.