Diego Uquillas. Grupo EL COMERCIO
‘Un toro sano es imprescindible en la fiesta”. Con esta frase, Luis Aníbal Narváez sentencia lo que él llama la esencia de la tauromaquia: el perfecto estado sanitario del toro.
Este médico, nacido en 1930 en Alóag, lleva 49 años como veterinario oficial de la Plaza de Toros Quito; desde la fecha misma de inauguración del coso capitalino.
“A partir de 1960, el Municipio aprobó un reglamento que obligaba a la empresa organizadora a pasar por un chequeo médico sanitario para todos los animales que se iban a lidiar. Desde ahí mi vinculación con la Feria Jesús del Gran Poder”, cuenta el doctor.
Años más tarde, Narváez se vio involucrado en la trascendental tarea de la importación de reses, para elevar el nivel de la feria y para atraer a más aficionados que buscaban festejos con reses de probada calidad.
“Esto también fue esencial a la hora de renovar la genética de los astados nacionales. Los encastes de las nuevas camadas de reses tuvieron la herencia directa de los mejores hierros de España, como Domeq, Camacho, Santa Coloma…”, asegura Narváez.
Para ello, en las décadas de los 60 y 70 viajó varias veces a España para seleccionar y comprobar el estado sanitario de las nuevas vacas y sementales que vendrían a iniciar una nueva historia en la crianza de ganado de lidia.
Además, este hecho permitió que cambie definitivamente la concepción de los toros de lidia en Ecuador, en cuanto a las ganaderías. Antes de eso solo se toreaban reses de media casta, como se las conoce en el ambiente taurino. “A excepción de los toros del encaste Santa Mónica, propiedad de Luis de Azcásubi, que eran de descendencia española pura”
Otra fuente genética de buen encaste en aquellos años era el toro indultado, ya que luego de ser lidiado en una corrida, el ejemplar era subastado entre las ganaderías, explica Narváez.
Un toro sano no es garantía de un burel bravo y encastado. Los astados pueden tener una gran presentación (las hechuras que se dicen) pero una vez en el ruedo se verá si su bravura y nobleza son el fiel reflejo de su estado sanitario óptimo. “Son las cosas que tiene la tauromaquia, nada se sabe hasta que no pasa. Las anomalías anatofisiológicas solo son detectadas en el destazadero de la plaza”.
Al respecto, Narváez considera que el trabajo básico para conservar sanos a los animales está compuesto por la vacunación y la desparasitación oportunas, así como el continuo monitoreo de la res en todas las etapas de su vida, antes de llegar a los chiqueros que existen en la plaza.
La afición del veterinario empezó en 1942, cuando su padre era administrador de haciendas. “Mi primer contacto con los toros fue en el campo y en las tientas populares que tanto me gustan. En esos tiempos los toros bravos venían de la hacienda de Yanahurco”, dice con aire de nostalgia.