Los linchamientos a delincuentes – palizas, incineraciones, ajusticiamientos- aumentan. Se perfeccionan ahora con la formación de grupos ciudadanos -como Gualalcay y barrios de Cuenca- en pie de lucha. Hoy con palos, mañana con balas… Son expresiones de un contexto de violencia imparable. Cada vez más audaz y cruel. Cubre todos los espacios y no tiene escrúpulos a la hora de decapitar, ahorcar, torturar, explotar, masacrar. Esmeraldas en abandono, es el peor ejemplo.
En medio del desbarajuste, el Presidente autoriza, con controles, la tenencia y porte de armas para defensa personal. La medida suena a desesperación, reacción puntual cuando no distracción. Carece de estudios, argumentos y consultas previas. Pero ya está entre nosotros, sin retorno. Para sorpresa, tiene muchos más adherentes que los imaginados.
Las críticas abundan. Sobre todo el traspaso de responsabilidad de la seguridad -cuyo garante es el estado- a los ciudadanos. El enfrentamiento se plantea entre nosotros y los delincuentes. El estado derrotado no garantiza nada… Se cuestiona también el rigor de los controles, el negocio de armas, el riesgo en espacios públicos. Dada nuestra frágil institucionalidad, la medida incrementará la violencia. Muchos estudios lo confirman… Se viene una espiral maldita.
Sin embargo, y a pesar de la polarización, se aprecian coincidencias: necesidad de política integral, trabajo social preventivo, profundización de investigaciones, fortalecimiento y depuración de las fuerzas del orden, combate a impunidad y venalidad del aparato judicial. Se clama por unidad nacional.
Lo que se viene es espantoso: ármese quien pueda, tome la justicia en sus manos, organice equipos armados de defensa, prescinda del estado… El estado está herido, contaminado y no gobierna en algunas zonas. Las condiciones para la espiral de violencia están creadas… Algunos miran de reojo soluciones autoritarias tipo Bukele. Tal vez es cierto, como se dice en las redes, que se abrieron las puertas del infierno.