El titular que puso Diario La Hora en su portada de este jueves me confundió.
Provocó, al menos por instantes, que llegara a pensar que vivo en un país de diálogo y respeto.
Mi equívoca lectura me llevó a recordar a Nelson Mandela, el líder sudafricano.
Luego de pasar 27 años en condiciones infrahumanas como reo de la discriminación racial en su país, Mandela salió para abrazar a negros y blancos, reconciliar a su nación y construir una sociedad en la que todos fueran capaces de convivir con todos.
Durante sus largos años en prisión, torturado, humillado y maltratado psicológicamente, Mandela se preparó para ser el líder de todos los ciudadanos de su patria, no solamente de los negros.
Para armar una estrategia de reunificación de su país, Mandela no dejó que el rigor y los tormentos de la cárcel lo alimentaran y llenaran de rencor contra sus captores o rivales ideológicos.
Más bien, con sensibilidad y paciencia, decidió explorar profundamente a su enemigo para conocerlo y trazar una ruta de acercamiento que fuera eficaz en beneficio de su adolorido pueblo.
Por eso se tomó todos los años de prisión para estudiar a los blancos, entender no solamente su idioma sino su cultura, sus costumbres, sus gustos, sus hábitos, sus prejuicios y hasta las profundas razones históricas y económicas que sustentaban el aparato represivo y político en el poder.
Cuando salíó de la cárcel, “Madiba”, como lo llamaban sus seguidores y la gente de su tribu, fue el primer presidente de Sudáfrica elegido democráticamente mediante sufragio universal. Y, además, el primer presidente negro de su nación.
Sus compatriotas recuerdan aquellos años de Gobierno (entre 1994 y 1999) como la época que marcó el nuevo destino del país gracias a la fe, a la esperanza, al entusiasmo, al liderazgo sensato, sensible y comprensivo de Mandela, a su inteligencia emocional para no estallar en los momentos difíciles, a su enorme capacidad de escuchar y convencer a quienes, en principio, lo temían, lo odiaban o desconfiaban de él.
Años después, Mandela contaba que cuando en prisión tomó conciencia de la enorme fuerza que podría alcanzar su liderazgo decidió optar por lo más difícil: romper los recelos mutuos entre negros y blancos para evitar la fractura definitiva de su nación o, peor, un choque sangriento.
Lo otro -decía Mandela- era fácil: salir de prisión, convocar a la revancha, estimular el odio, descalificar a sus críticos, no aceptar divergencias, movilizar las herramientas de la ira, tomar el poder de forma violenta y excluir a los blancos de todo futuro.
En eso pensé cuando leí el titular ‘País se reconcilia’, pero luego me dí cuenta que se refería a la cortina de humo que el oficialismo tendió para que los medios y los ciudadanos creyéramos que en el movimiento gobiernista (al menos ahí) sí hay democracia.