Se están dando todos los signos de que el Ecuador terminará en el corto plazo en un callejón sin salida como sucede con nuestro vecino el Perú. Pase lo que pase en el escenario político, ese país termina en medio de una situación de bloqueo de todos contra todos que trae consigo inestabilidad y caos permanente. La realidad del Ecuador, empero, sería aún peor, porque mientras en el Perú se ha dado un crecimiento económico más o menos sostenido (que no es lo mismo que desarrollo económico, peor justicia social), aquí la recesión y el desempleo son persistentes y no se ve visos de que eso cambie.
Para que esto suceda no ha confluido un solo factor o causa. En realidad, lo que vivimos es un agudizamiento del derrumbe del sistema político, que tiene raíces diversas y que viene desde hace más de veinte años. Pero no cabe duda de que el gobierno y las principales fuerzas políticas tienen una responsabilidad más directa.
El gobierno del presidente Lasso perdió en un tiempo récord el capital político que había acumulado con el triunfo y la campaña de vacunación. Perdió la oportunidad de llamar a una consulta popular oportuna y terminó enfrentado con los más diversos sectores del país, como sus aliados socialcristianos, sectores de empresarios, trabajadores, indígenas y amplias capas medias. En un último e inexplicable drama ha resuelto pelearse con los medios de comunicación, cuando se defendía de ataques de uno de ellos.
La oposición trata ahora de tumbar a Lasso a cualquier precio, aunque está claro que el futuro es incierto para el país. Su objetivo es electoral e inmediatista. El correísmo trata de volver al gobierno y librar a sus dirigentes de las sentencias por corrupción organizada. Los socialcristianos no saben como castigar a su ex aliado y reponerse de su apabullante derrota. Los sectores indígenas se alían con quienquiera para ganar votos y promover la movilización. Como que el presidente hace todo lo posible por caerse y sus opositores esperan que eso suceda sin pensar en el Ecuador.