Seguramente, la pregunta que encabeza el comentario demuestra cuán vertiginosamente ha revolucionado la electrónica al mundo del conocimiento, a través de computadoras, impresoras, el increíble “Internet”, los “blogs” y otros recursos.
En efecto, hace solo una generación la pregunta era inimaginable por inútil, pero ahora se ha vuelto pertinente.
El jueves no más, por decisión de la Unesco, se recordó el día mundial del libro, aunque quizás no resulte el 23 de abril de cada año la fecha más exacta, pues no murieron entonces esas luminarias de la literatura que fueron Miguel de Cervantes y William Shakespeare, según lo mostró ese mismo día una crónica de EL COMERCIO, llena de gracejo y buen humor.
Pero más allá de la anécdota cronológica, el punto de mayor fondo es si el libro, en el sentido que lo conocemos, habrá o no llegado hasta su ocaso.
Si la respuesta elige la declinación, implicaría que nada menos que luego de describir un arco gigantesco desde el Renacimiento, el libro se hunde en la definitiva decadencia.
Por supuesto no fue casual la vinculación del Renacimiento -sobre todo el Humanismo- con el arranque de la gran aventura del libro.
Ocurre que entonces fue inventada la imprenta y se introdujo el uso del papel.
Didácticamente Secco Ellauri lo explicó así: “Durante la Edad Media la producción de libros fue obstaculizada por dos factores: el precio alto del pergamino (cuero de oveja o cabra especialmente preparado para escribir sobre él) y la lentitud del trabajo manuscrito. Estos inconvenientes desaparecieron con la invención del papel, que reemplazó al pergamino, y con la invención de la imprenta, que eliminó al copista”.
A su vez, Isaac Asimov reconoció a un artesano de Maguncia, Juan Gutemberg, como el ideador de la imprenta de tipos móviles de metal, que permitían componer cualquier texto, y una prensa de imprimir: empezó a hacerlo con una Biblia a dos columnas de 42 líneas latinas cada una. “Sacó 300 ejemplares de 1282 páginas; fue el primer libro impreso y muchos le consideran el más hermoso jamás producido, con lo que el nuevo arte alcanzaba su cumbre nada más nacer”. Existe el cálculo que hacia el 1500 se llevaban impresos no menos de cinco millones de libros.
Pero con independencia del tiraje de cada edición, de las carátulas, las columnas y los medios electrónicos de difusión la pregunta clave del inmediato futuro, la que penetra hasta el propio corazón y la esencia del libro, es si este se mantendrá fiel a su íntima naturaleza de testimonio irrepetible de las emociones, la investigación, el mensaje espiritual y creativo, en suma, o no. Y en ese sentido cabe pensar -y esperar- que mientras exista la especie humana así mismo será efectivamente.