El reciente encuentro entre los Presidentes de Ecuador y Perú bajo un ambiente de entusiasmo y cordialidad simboliza el fulgurante progreso de las relaciones entre los dos países a partir de la suscripción del Acuerdo de Paz. La expresión del Presidente ecuatoriano “me siento como en mi casa” representa el sentimiento de todos los ecuatorianos que hemos visitado el Perú y hemos sido acogidos con afecto y respeto por nuestros vecinos. Resulta asombroso y gratificante constatar que, en algo más de una década, hemos superados los prejuicios intensamente cultivados por las dos naciones durante décadas mediante una educación sesgada y grotescamente patriotera. No quedan dudas de que el conflicto entre los dos países fue alargado y profundizado artificialmente bajo intereses inconfesables de estamentos políticos y militares.
El vertiginoso progreso de las relaciones con el Perú no es un asunto de Cancillerías ni de políticos. El acercamiento proviene de los lazos comerciales, culturales y turísticos tejidos, día tras día, por los ciudadanos de ambos países . El pequeño comercio de la frontera, las grandes inversiones, el intercambio económico y cultural, entre otras cosas, son factores que han permitido crear esta alianza cuya fuerza rebasa la voluntad política -positiva o negativa- de gobiernos y militares. Ha hecho bien el Presidente ecuatoriano en captar los sentimientos de la población y traducirlos en gestos políticos y diplomáticos. Algo que nuestro novato Canciller debería aprender en lugar de defender posturas estrafalarias y poco profesionales en diferentes foros.
Al cabo de todos estos años y mirando el conflicto en retrospectiva se pensaría que los dos países extrajeron lecciones importantes de sus graves errores y evaluaron las oportunidades perdidas y los cuantiosos y obscenos gastos militares que castigaron su desarrollo. Lamentablemente, parecería no ser así. Los Gobiernos de Ecuador y Colombia están alimentando prejuicios similares y apartando sus relaciones políticas y diplomáticas de los verdaderos sentimientos de sus pueblos. De esta forma se alarga y profundiza de manera artificial un conflicto diplomático que debió ser superado hace meses.
Las relaciones políticas, económicas y diplomáticas dependen, hoy más que nunca, de la diplomacia directa ejercida por los Jefes de Estado. Por ello, nada solucionaría mejor nuestros desencuentros con Colombia que un acercamiento personal y directo entre los Presidentes de los dos países, sepultando resentimientos y malentendidos y escuchando la voz de sus pueblos que ansían profundizar la amistad y el respeto construidos a través de la historia. Los Jefes de Estado deberían asumir personalmente el acercamiento entre las dos naciones y arreglar el conflicto en términos dignos, transparentes y generosos.