Confundido entre los cuerpos inertes de sus compañeros de viaje, Freddy Lala no recibió un tiro de gracia porque fingió estar muerto. Su rostro ensangrentado debió confundir a los sicarios que momentos antes habían disparado sobre él, inflingiéndole heridas en el cuello y la quijada.
Freddy permaneció inmóvil hasta que los asesinos dejaron el recinto donde masacraron a 72 emigrantes ilegales que buscaban entrar a los EE.UU. por el estado mexicano de Tamaulipas. Con el arrojo y la fuerza física de sus 18 años recién cumplidos, Lala pudo desatarse y caminar 22 kilómetros hasta llegar a un cuartel de la Marina mexicana, en donde fue atendido.
Este muchacho ecuatoriano está casado y va a ser padre. La paternidad inminente y la angustia de no tener cómo sostener a su familia fueron, talvez, las razones que le impulsaron a emprender su travesía. Tan pronto cumplió la mayoría de edad, Freddy obtuvo su pasaporte y negoció, por 11 000 dólares, su propia y personal Odisea con el coyotero de la zona.
Desde que nos concebimos como seres humanos -es decir, desde que Homero escribió sus poemas épicos- entendemos a la vida como un viaje y como una batalla. Viajamos para conocer ámbitos ajenos y para probarnos a nosotros mismos en aquellos lugares extraños. Pero, sobre todo, viajamos para regresar; para retornar a casa cambiados y mejores.
Como Ulises, el héroe de La Odisea, Freddy también podrá retornar a su hogar, en la comunidad de Ger, para ver nacer a su hijo y estar con su esposa. ¿Pero qué pasará después? Freddy volverá cambiado, de eso no hay duda, pero ¿emprenderá este Ulises de Ger una nueva travesía? Probablemente sí.
Mientras no ofrezcamos sólidas oportunidades de vida a los sectores más débiles de la sociedad, la emigración ilegal continuará. Muchos serán detenidos y deportados, otros morirán en el camino y sólo unos pocos llegarán a su destino.
Lo que ha sucedido con Freddy Lala y sus compañeros ecuatorianos muertos debe llamar la atención de todos nosotros. Además de ofrecer oportunidades de subsistencia, debemos entender que es necesario regular los flujos migratorios. (Ojo: he dicho regular, no impedir). Como país de entrada y salida de emigrantes debemos tener más control sobre el movimiento de personas, precisamente para impedir que las mafias medren de los más pobres. Si no entendemos cómo se comportan estos flujos migratorios, no seremos capaces de impedir que se repitan tragedias como la de Tamaulipas.
Es bueno que Ecuador tenga muchos Ulises. Pero estos héroes -para que sean tales- deben regresar sanos y salvos a casa. Y, para ello, es imprescindible detener la emigración ilegal.