¿Tiene conciencia, el presidente Lasso, del efecto que produce lo que hace o lo que dice? ¿Son sus declaraciones el resultado de la meditación y el análisis o una simple reacción visceral ante las circunstancias que enfrenta?
Cuando, por ejemplo, juega con la llave de una casa, hace el ademán de entregarla y la pone enseguida fuera del alcance de la señora que quiere recibirla, el Presidente no aparece como un simpático bromista, sino que transmite una imagen de desprecio, protagoniza una escena que se lee fácilmente como simple afán de humillar.
Lo que vemos es una peligrosa falta de planes y porqués, de un para qué y un hacia dónde. Como cuando se ponen plazos que no tienen sentido pero que, ya puestos, al menos deberían cumplirse; o se hace enérgicas declaraciones sobre destituciones inmediatas de generales que, una semana después, siguen asistiendo a las reuniones con el nuevo Ministro del Interior.
Ministro que, por otro lado, no parece estar muy de acuerdo con las órdenes presidenciales, a juzgar por la forma en que las ha matizado, dejando en claro, para quien quiera entenderlo, que lo anunciado por el Presidente, no se va a hacer.
Eso incluye el emblemático, por absurdo, anuncio de los últimos días: derrocar el edificio en el que se produjo el femicidio de María Belén Bernal. Sin duda, el Ministro sí sabe que tumbar un inmueble del sector público no es tan simple como ordenar hacerlo; hacen falta informes, justificaciones técnicas, licencias y un largo etcétera de procedimientos. Y eso, claro, sin tomar en cuenta que, hoy por hoy, el gobierno no se caracteriza por su agilidad a la hora de contratar o de, simplemente, poner placas en los vehículos.
Lamentablemente, no estamos ante simples anécdotas o divertidas meteduras de pata. Lo que está en juego no es el éxito o el fracaso de una administración, sino la posibilidad de que el autoritarismo se reinstale en el país, la posibilidad de acabar demoliendo, no un edificio, sino la democracia.