Antonio Caiza, de 9 años, está fascinado con las leyendas y cuentos que le narra su abuela Juana Chango.
Todas las tardes se sienta junto a la octogenaria y pide que le relate algunos pasajes y anécdotas de su vida. La matrona lo hace con cariño y le abraza. Lo interesante del diálogo es que la mujer de 84 años solo habla en quichua.
“Nuestros padres y abuelos nos enseñaban estos conocimientos; nos los contaban cuando nos reuníamos con toda la familia cerca al fogón. Ahora trato de que mis cinco nietos aprendan de esta sabiduría”, dice la matrona con voz fuerte y clara. Su vecino, Yarik Jerez, es quien la ayuda en la traducción al español.
Chango vive en la comunidad de Chilcapamba, de la parroquia Salasaka, en Pelileo, Tungurahua. Viste un anaco negro tejido con lana de borrego que ajusta a su cintura con una faja o chumbi, un reboso lila, la bayeta, un sombrero de paño y sus collares (huashcas) de corales con colores que resaltan como el lila, amarillo y naranja. Se lamenta porque, con la migración, estos conocimientos poco a poco se están perdiendo.
Por eso todos los días insiste en enseñar a sus nietos sobre su cultura ancestral. Hace énfasis en cómo ser buenos artesanos, mantener su vestimenta, repasar sus leyendas y estar ligados con la producción agrícola en el campo.
En esta parroquia, localizada a 15 kilómetros al oriente de Ambato, en la vía a Baños, hay 25 taitas y mamas que son los guardianes de la lengua y de la cultura. Jerez dice que, en el pueblo, los adultos mayores son importantes porque son considerados como sabios de la comunidad.
De lo oral al texto
Tras cinco años de indagación, en el 2015, Raymi Chiliquinga, investigador de la cultura Salasaka, publicó los cuentos y leyendas que guardaban los adultos del pueblo. Hizo lo mismo con los que narraban sus abuelos y padres en su niñez. Todos estos episodios forman parte del libro ‘Ñawba parlukuna’ (‘Cuentos ancestrales’).
Él coincide con Jerez. Explica que los taitas y mamakunas (padres y mamás) siguen siendo los guardianes de la sabiduría de estos pueblos y su cultura. A través de sus narraciones, enseñan sobre los valores ancestrales que, mucchas veces, no están fortalecidos en la educación familiar que reciben.
Esto repercute en su estilo de vida: Chiliquinga estima que al menos el 10% de los 12 000 habitantes dejaron de vestirse como salasakas. Eso ocurrió por la migración hacia el exterior y las grandes ciudades del país. Otro de los guardianes es Rubelio Masaquiza. Vive en Guasalata, una de las 18 comunidades de esta parroquia del cantón Pelileo.
Él sabe tejer gracias a las técnicas que aprendió a los 12 años de las manos de su padre. “Es una técnica interesante que está vigente en Salasaka. Creo que no va a desaparecer, porque los niños están aprendiendo y nosotros tratamos de enseñarles”, dice con orgullo este hombre de 60 años.
El sexagenario practica la tradición de reunirse en familia luego de las tareas agrícolas. Ese es el legado que le dejaron sus padres. Lo hace al calor del fogón que es atizado con leña. Es una especie de ritual donde hijos, nueras y nietos se juntan para contar cuentos, las tradiciones del pueblo y conocer cómo fue su día.
Para él este es el momento adecuado para impartir consejos o resolver algunos problemas de la comunidad y su población. A escala nacional hay 1,7 millones de ecuatorianos que se autoidentificaban como indígenas, según el Sistema Integral de Información Cultural.