Me gustó la frase de un taxista: “¿Será, que el Alcalde nos vio con cara de cultura china, que hay ciclovías por las calles más transitadas, en una urbe donde por su geografía ya es difícil circular?”. Me reí y caí en cuenta que los quiteños tenemos una inteligencia grandiosa y práctica. Sí nos damos cuenta de la falta de planificación, la vemos, la sentimos en el diario vivir. ¡El buen vivir por el caño! Tampoco importa lo complicado del sistema vial por la topografía irregular de esta urbe, bella, pero sin duda difícil. Las autoridades, por un voto, son capaces de cualquier cosa. Como lo prueba el resto de ciudades, el tráfico se soluciona con transporte público. Construcciones magníficas de transporte masivo que, como el metro, del que hablan, se comenzó a planificar en el gobierno municipal anterior. ¿Se han hecho los estudios correspondientes de la tierra, los niveles de agua, el impacto ambiental por donde supuestamente pasará? ¿Lograr desplanificar una metrópoli? ¡Para eso se necesita mucho! Y, ni la más fantástica propaganda de los mandos superiores, lograrán convencer de lo contrario al pueblo quiteño. Somos bien vivos y el Municipio no es lo mismo que la Asamblea, soluciona problemas que nos tocan en carne viva. Esto de las vías para bicicletas en las calles de principal tráfico, cuando no hay suficientes bicicletas para llenar ni una sola cuadra, es el auténtico “para muestra un botón”. Hay que tomar en cuenta que andar en bicicleta es parte de una cultura que aún no tenemos y tomará años en crearse.
Conversar con taxistas, con la gente en la calle, comentar con quienes esperan el cambio de un semáforo para el paso peatonal, con quienes nos venden mandarinas o dulces, en la calle o en los mercados, es un verdadero placer, dicen lo que sienten con una sinceridad propia de los que son sencillos y confiesan que así como por el Presidente volverían a votar, al Burgomaestre no le regalarían su voto. Claro que habrá que ver a quién mismo apoya el Gobierno. Cuando el río suena, piedras trae… y lo que sí es cierto, es que el Gobierno no puede darse el lujo de perder su plaza mayor.
La ciudad, un ser vivo que cambia a diario, se desorganiza porque no hay mando. Así como los tristes incendios, el gobierno local está dedicado a apagar incendios, crear vías y deprimidos a la carrera, contar días para la construcción de un puente que se debió hacer antes de la apertura del aeropuerto que, hasta hace poco, no contaba con los sistemas de aproximación correctos y quién sabe si ya los tendrá completos.
Pensar y hablar, con grave riesgo de ser atacado, mientras otras ciudades, dentro y fuera del país, crecen, se embellecen, se descongestionan, se modernizan, se planifican a largo plazo en la búsqueda de lo último: brindar el buen vivir a sus ciudadanos y no inventarse soluciones a medias que alimentan el voto o, su propio interés.