Si se calla el cantor, calla la vida, dice una vieja canción, de esas, de los años sesenta, en la voz de Mercedes Sosa. Han callado casi todos. Pero hay alguno, que no calla. Ahí está, para muestra, el cantor de contrabando. El anarco, militante de los derechos humanos, no de los partidos ni de los movimientos, sino de la justicia y de la libertad. Cuestionador rabioso, marginal, rockero. Ha estado en las duras y en las maduras. Acompañó desde hace más de 20 años a Pedro Restrepo y a su familia, todos los miércoles, en la Plaza Grande, cantando sin miedo, a todo pulmón y con particular sentido del humor, a los fluviomarinos del río Machángara. Ahora sigue otra causa de derechos humanos. Acompaña a los 10 de Luluncoto con todo lo que tiene: su persistencia, su ánimo, su voz ronca y su guitarra. Ahí está, cantando con toda la fuerza: Justicia, justicia/ que manipula el poder/Justicia, justicia/ claman las mismas paredes en pie… Estos días circula, en redes sociales, donde parece que ahora circulan las ideas, el canto a la Justicia de Jaime Guevara en video, realizado por Pocho Álvarez. Ahí está el hombre. Solo. Cantando frente a la Corte de Justicia. Acompañando con su canto, a esa madre que no deja de llorar por su hija. Cantando, aunque su canto rebote en las paredes porque nadie parece escuchar.
En tiempos de artistas que le sirven al funcionariado, en tiempos de bufones y bufonadas, de campañas y campanadas, de sainetes, jingles y propagandas, en tiempo de militantes de derechos humanos de escritorio, ahí está ese cantor irreverente, terco, testarudo, rabioso, cuestionando siempre al poder, cuestionando al uso y abuso de la fuerza, venga de donde venga, con la garganta contra el sistema, ahí, desde su trinchera, por la defensa de los débiles.
Tras bambalinas, con el ojo puesto en la cámara de las reivindicaciones sociales, está Pocho Álvarez, el de documentales como a Cielo Abierto, derechos minados, o Tóxico Texaco, para acompañar otra causa más de entre las causas perdidas, la defensa de la naturaleza, del agua, de la vida.
El cineasta ahora le apunta al cantor solitario, al grupo de jóvenes maniatados. Enfoca a sus mínimas protestas pidiendo libertad. Les sigue en su vía crucis. Y retrata a esa justicia tan solemne, de terno y corbata, de elegantes sillas, pero lejana (aunque se diga que al fin se puede creer en ella), hermética, custodiada, rodeada de fuerzas del orden, de gesto autoritario, impávida frente al llanto de una madre que clama libertad y que confía en la inocencia de su hija.
Si se calla el cantor, calla la vida. Quedan la imagen del cantor en la retina y la posibilidad de tararear la canción que circula en Internet: Justicia, justicia, que manipula el poder/Justicia, justicia/ claman las mismas paredes en pie…