Los lamentos se empiezan a oír, sinceros y profundos unos; acusadores y abiertos, otros; falsos de toda falsedad, y aposta ignorantes, otros más… Alguno, dirigido a mí por un querido amigo, en una carta veraz y desolada, dice así: “No sabes cuánto me apena la calificación a mi universidad, pero fue, exactamente, ‘la crónica de una muerte anunciada’. La institución se había convertido en un antro donde podías encontrar desde espíritus que daban lo mejor por ella, ¡tan pocos, en realidad!, hasta a los seres y actos más bastardos; egoísmos, raterías, miserias. Y sinceramente, no creo que se vuelva a levantar. Una madriguera con miles de miles de “estudiantes”, cómo podía marchar: rectores, decanos, administradores, entes superiores, administrativos, conserjes convertidos todos en una mafia entre los que, con pena, he de incluir a profesores cómplices o peor…
Es una vergüenza; yo, que desde hace años ya no estoy allá, siento vergüenza. Toda la vida dije que, al menos, a Filosofía y Letras debería ponérsele una bomba para que desapareciera sin importar que yo estuviera dentro, ¡es tan mala, pero tan mala! ¡Nula de toda nulidad! ¡Y de ahí salen los “maestros”! Qué podíamos hacer si, aunque trataba de enseñar mi materia de la forma más elemental, nunca pude avanzar en el año de clases más allá de la conjugación del verbo ser y eso ¡¡¡no podían!!! ¡¿Por qué la Universidad aguantaba tanto material de desecho, discúlpame la expresión?! La masificación fue su muerte. Masificación en todo sentido, de alumnos, profesores, los famosos conserjes, y la disminución hasta la muerte de todo lo bueno .
¿Por qué seguí allí? Siempre pensaba, ¿qué hago aquí? Y ahí seguí. Me dolía pasar mucho tiempo preparando clases para chicos de secundaria del colegio en que trabajaba entonces, y que me salvaba psicológicamente, y no tener nada, ¡absolutamente nada! que preparar para la universidad. Procuraba hablar con los chicos; les aconsejaba: “si ustedes no se dedican, si no aprenden, no van a poder sobrevivir en el mundo de la competencia que se nos avecina, que ya está aquí…, pero creo que no me entendían; porque exactamente como me decía N el otro día, estos estudiantes llegan a la universidad con una primaria y una secundaria de mediocridad inigualable; acostumbrados a no pensar, a no concentrarse, vienen en masa por el cartón, no tienen idea del “otro mundo” o no les importa: al fin y al cabo, ‘entrarán en política’, o cumplirán sueños similares y así les irá en la vida’… (Y yo pienso, y así le irá al país)… La carta termina: “Eso con respecto a ‘mi’ universidad; no cuestiono los procedimientos que hayan usado los calificadores, aunque estoy seguro de que, como todo en nuestro mundo, no todo ha de ser perfecto… Y sin embargo, aquí y en esto, les doy toda la razón “.