Las diferencias pueden ser subliminales, es decir hallarse por debajo del umbral de la conciencia, indefinibles a veces. ‘Nosotros y ellos’: el final de la presencia de Francia en Argelia, como pudo haber sido la de España en las colonias americanas. Un desmembramiento, digámoslo así, que para quienes se ponen en el plan de explicarse lo que aconteció -eso de razonar-, va mas allá de lo obvio. Y en este ejercicio a los franceses se les atribuye las más agudas y lucidas interpretaciones.
No salí del asombro desde cuando comencé la lectura de “El arte francés de la guerra” de Alexis Jenni (Premio Goncourt 2011, RBA, Barcelona, 2012). La Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Indochina, lo de Argelia. Una sucesión de acontecimientos en los que a una generación de franceses les correspondió el protagonismo, y de los que salieron honorablemente pero vencidos. De Indochina y de Argelia volvieron a su país del que no debieron haber salido, comenzando porque hay pocos pueblos como el francés que se siente más a gusto con todo cuanto lleva el sello francés, el estilo francés del buen vivir, inclusive esa tendencia colectiva a preguntarse el porqué de cada cosa.
Lo de Argelia fue la demostración más evidente, dolorosa, de cómo unas Fuerzas Armadas del país que se imponía, Francia, tuvieron que replegarse, cruzar el Mediterráneo y volver a sus lares, derrotados por razonamientos que no eran precisamente obvios. Aludían a ‘ellos y nosotros’. Imposible superar el abismo que los dividía: ‘ellos’, los argelinos de origen árabe, musulmanes los más y ‘nosotros’ los argelinos de raíces francesas, siempre presentes, y los que habían venido con las armas en la mano.
No salía del asombro. ‘Ellos’, inclusive los que hablaban un francés aceptable y hasta perfecto. El abismo que les separaba “no tanto las palabras como la comprensión íntima de la lengua”.
La lengua compartida, desde cuando uno se halla en el vientre materno y desde los inicios las palabras les salen a los franceses con ese acento gutural que también tenían los abuelos de los abuelos. El protagonista de la obra que comento, de Argelia pasa a su ciudad natal. “Son tantas las personas, aunque Lyon no sea muy grande, estamos tan apretados en el autobús//, pertenecemos al mismo suelo//, aspiramos el mismo aire cálido, hombro con hombro, y en cada uno de nosotros vibra la lengua en silencio según la tonalidad propia del francés. Puedo comprenderlos a todos sin esfuerzo, entiendo el sentido de lo que dicen incluso antes de identificar las palabras. Vamos apretados los unos contra los otros, y yo los entiendo a todos”.
Está bien que se reúnan las Academias de la Lengua Española para tratar los problemas relacionados con las palabras. Lo que subyace antes de las palabras es lo que he pretendido esbozar en este microensayo…