El incidente que sacudió la frontera norte del Ecuador la semana pasada debe ser visto en perspectiva del desarrollo reciente de la situación colombiana y la errática política ecuatoriana frente al mismo. Respecto a lo primero, el conflicto que Colombia ha padecido desde mediados del siglo pasado ha entrado en una fase cualitativamente distinta en los últimos años.
Esta transformación tiene dos caras: por un lado, un cambio de perfil del crimen organizado y el surgimiento de un sinnúmero de bandas criminales, las llamadas Bacrim y, por otro, la política de paz del gobierno de Juan Manuel Santos que ha logrado llevar a la mesa de negociación a las FARC y otorgar un contenido político al proceso. Estas transformaciones no solo modifican la situación interna de nuestro vecino del norte, sino que tienen un enorme impacto en los espacios de frontera de sus países vecinos.
La política del Gobierno ecuatoriano ha sido totalmente errática frente al tema. Se desconoce lo que sucede en Colombia y hemos pasado del radicalismo verbal a un pragmatismo sorprendente. Alrededor de los hechos de Angostura, en marzo de 2009, el Gobierno enfocó el problema desde la perspectiva de una lucha ideológica entre proyectos políticos de izquierda y de derecha.
En ese momento, Correa estaba más cerca de las FARC que de Uribe. Luego de eso, y paradójicamente luego de que el presidente Correa recibió de Juan Manuel Santos una copia de los discos duros de las computadoras de Raúl Reyes, la postura ecuatoriana ha sido callar, desembarazarse de cualquier afinidad con las FARC y asumir la política del Gobierno colombiano como propia. Este gesto de Santos fue suficiente para que Correa cambiara su retórica. Santos, por su parte, no volvió a mencionar el contenido de las computadoras de Reyes.
El incidente que ocurrió la semana pasada en la frontera norte manifiesta que el Gobierno nacional no tiene una política propia frente a las secuelas del conflicto colombiano y que se ha allanado a las necesidades militares colombianas. Si se militariza la frontera y se desencadena una espiral de violencia, los principales afectados serán sus habitantes. La atención del Gobierno está en la transformación de la doctrina y misión de las Fuerzas Armadas, su involucramiento en el control y manejo de la seguridad interna, pero no en cómo estas deben ajustar su misión para defender la integridad y soberanía territorial del Ecuador, como parte de una política fronteriza integral.
La frontera norte vuelve a la escena y el Ecuador no está preparado para enfrentar su conflictividad. Se debería empezar por comprender la nueva realidad colombiana para luego definir una estrategia propia, asentada en las necesidades de quienes hacen vida en los espacios fronterizos.