Algo anda mal en el asunto de la pintura, y anda peor en los murales oficiales y en ciertas esculturas ‘épicas’ como aquellas de la Ciudad Alfaro. En un país cuyo aporte más importante al arte universal se ha dado justamente en el campo de las artes plásticas, por primera vez desde la Colonia no ha surgido una nueva generación de pintores que ocupe con merecimiento el lugar de los viejos maestros. Esa es una de las razones por las que Guayasamín sigue reinando, aparte de la innegable calidad de su Edad de la Ira. (Si ampliamos la mira a la literatura, tampoco ha sido destronada la figura de Pablo Palacio, quien continúa siendo redescubierto año tras año).
La pregunta del millón es: ¿qué pasó? Además de la crisis financiera que aniquiló el mercado del arte, pasó que a fines de los años 90 aterrizó aquí la moda tardía del arte conceptual. En lugar de afirmarse en lo que sabían y experimentaban con el acostumbrado talento de estas tierras mestizas, muchos de los pintores que se venían consolidando cambiaron de rumbo y asumieron la onda de lo racional y los proyectos intelectuales. Lo bello se puso ‘out’. Desde entonces, para poder apreciar realmente una exhibición, el visitante debe leer textos áridos, a veces indescifrables, donde una curadora explica lo que el artista quiso hacer.
¿Resultado? El espacio tradicional de la plástica, que quedó medio abandonado, fue ocupado por la publicidad, la fotografía, un street-art que rara vez es original y por esculturas y murales que ilustran el discurso histórico oficial y están reñidos con cualquier criterio creativo o estético por decirlo de la manera más delicada.
Pero la necesidad de apreciar la belleza plástica de una obra, de palpar la textura del material y admirar la destreza de las manos que lo trabajaron, sigue tan vigente como siempre porque el gran público deja que primen lo sensual y lo emotivo frente a lo inteligente. Ello se puede constatar en la excelente muestra de arte popular iberoamericano que tiene lugar en el Centro Cultural Metropolitano, donde los comentarios que se escucha son ‘¡qué lindo!’ o ‘¡me encanta!’ en lugar de los ‘no entiendo’ o ‘no me interesa’ pronunciados con fastidio ante muchas instalaciones y proyectos sofisticados.
Sé que esto suena a populismo, pero no lo es. Populista es el arte oficial. Lo popular es otra cosa, ajena al poder y con múltiples raíces. Porque el arte popular siempre estuvo con un pie en las artesanías y el otro en la creatividad individual que se expresa en una obra de arte única e irrepetible.
Refiriéndose a esta riquísima muestra de trabajos en cerámica, madera, metal, textiles, papel y plumas que vienen de la Península y de toda América Latina, un estudioso concluye: “Las piezas y sus hacedores son formidables representantes de una de las mayores vertientes del arte en el presente”.
Al menos en este campo Ecuador sigue bien parado con su cultura mestiza.