Cusco es más que una ciudad pintoresca, de calles sinuosas y empedradas, de grandes y mareantes alturas y de dramáticas vistas. No solamente se trata de una atracción turística de categoría internacional. Cusco es el centro del mundo andino y eso ya debería ser suficiente. Y cuando argumento que es el centro de ese mundo –o el ombligo del mundo andino- hay consideraciones políticas y reflexiones estéticas. Entre las políticas están las insistentemente repetidas alegaciones sobre la pureza del universo indígena: es que en tiempos del incario no se conocía la delincuencia, que los incas no eran un pueblo guerrero y, por tanto, persuadían amablemente a sus enemigos en vez de conquistarlos. También están (hasta hoy, literalmente) la resistencia a la conquista española, la defensa a los recursos naturales de la zona y la tutela de los valores de la amalgama de culturas, como el cuadro de la última cena que se exhibe en las paredes de la Catedral cusqueña, incluyendo la imagen de un cuy como manjar principal y la mordaz graficación de un Judas mestizo.
Es que Cusco sigue jugando el papel -en realidad, nunca dejó de serlo- de un centro de poder político, en más de un sentido. La región altiplánica es la excepción, y hasta cierto punto la antitesis, de la Lima portuaria y cosmopolita, virreinal y criolla, aristocrática y orgullosa de su pasado hispánico. El contrapeso de la vieja ciudad andina, versus los pujos mundializantes de la capital costera. Los afanes de la antigua sede imperial, en contraposición con los ánimos neoliberales y privatizadores de las autoridades gubernamentales.
Si en Cusco están las alpacas, los choclos y las piedras incásicas de tantos ángulos, en Lima están los cebiches y los piscos sour. Mientras en Cusco las organizaciones indígenas y los grupos campesinos protestan por los planes de Lima de extraer y explotar gas, en la capital
el gobierno negocia y celebra tratados de libre comercio.
Mientras en Cusco ondean, casi con el mismo rango y precedencia, la bandera del Perú y la bandera multicolor del imperio indígena, en Lima los discursos insisten en la unidad nacional y en la calle se discute sobre quién ganará las elecciones presidenciales del año que viene y quién mantendrá las actuales políticas económicas.
Cusco también representa una postura estética por los encantos del pasado: los techados de tejas en vez de los techos planos de cemento, las torcidas y apretadas calles de piedra en vez de las grandes autopistas, las apretujadas plazas y los viejos mercados en lugar de los contemporáneos centros comerciales. Los encantos de lo andino como manifestación de lo político.