El jueves escuché un discurso con características históricas. Por primera vez un Presidente estadounidense advirtió a Israel que debía comprometerse a un proceso de paz con la Autoridad Palestina tomando como base el estatus de 1967. Muchos dirán que es muy poco, que todo el sufrimiento palestino debería tener al menos un horizonte mayor, por lo menos aquel de 1949 donde se establecieron los límites de las dos naciones. Pero después de 20 años de negociaciones fallidas, de cansancio diplomático y político y de todo lo que ha hecho Israel con la venia de los republicanos y demócratas los últimos 10 años, la meta de 1967 es ya un avance sustantivo. Obama no emprendió este giro histórico por casualidad. Lo hizo después de un análisis sustantivo de la situación estadounidense en Medio Oriente. EE.UU. ha perdido el control del mundo árabe y, por supuesto, su influencia. Sus devaneos y coqueteos con regímenes dictatoriales y su doble estándar con Assad en Siria, cuando había condenado a Gadafi, le pasaron la factura. Para colmo, perdió también su fiel aliado Pakistán, tras la operación que terminó con Osama Bin Laden. Por último, su Gobierno ha alienado tanto las esperanzas de los palestinos, hasta prácticamente forzarlos a buscar su propio camino con nuevos aliados e imponerlo en Naciones Unidas.
Pero la gota que derramó el vaso fue la agresividad del Gobierno israelí y específicamente de su presidente, Benjamín Netanyahu, quien quiso imponer su propio plan de paz al Congreso estadounidense, dominado por los republicanos, pasando por encima de la Casa Blanca. Esto, a pesar de que Obama le esperaba el viernes y le había prometido ser su escudero mayor en la batalla que se dará en septiembre en la Asamblea de Naciones Unidas, cuando está programada la votación a favor de la creación de un Estado de Israel. Obama, ingenuamente, le había prometido ayuda, sin pensar siquiera que para cumplir con su palabra tendría que forzar su brazo no solo con países de Medio Oriente, sino también con sus aliados europeos. ¿Qué hará Hillary Clinton para obstruir una avalancha de votos en Naciones Unidas, declarando la creación del Estado Palestino? ¿Usará su poder de veto, contra Francia, Alemania y el Reino Unido que están a favor de su creación? Esa sí que será una batalla épica.
Hay, por supuesto, una pequeña ventana de oportunidad. Obama puede forzar a Israel a sentarse a la mesa de negociaciones y pactar una salida, antes de que esta se imponga por la fuerza de las votaciones en la ONU. Pero para lograrlo necesita una fuerza política e internacional que en este momento no tiene. Y mucho menos el liderazgo diplomático de la talla de George Shultz o Richard Holbrooke. Obama avanzó mucho poniendo en jaque las ambiciones excesivas de Benjamin Netanyahu, pero ya no es suficiente para garantizarle ni siquiera un nuevo proceso de paz, peor aún un acuerdo final, que es lo que todos esperamos.