A medida que uno se adentra en la lectura del artículo del connotado escritor Sergio Ramírez, laureado con el Premio Cervantes, ex vicepresidente nicaragüense y compañero de fórmula en ese entonces del ahora dictadorzuelo de la nación centroamericana, el estupor y la indignación crecen. Relata en su tribuna aparecida en el diario El País como el tableteo de las ametralladoras dirigido contra una manifestación de estudiantes, allá por 1959, cuando él frisaba los 20 años, se llevaba la vida de sus amigos de aula en un alevoso ataque de la guardia somocista, segando la existencia de jóvenes que caían por un loable ideal: terminar con una dictadura sangrienta que tenía sometido a su país. Él resultó ileso para emprender con un experimento que terminó en un estruendoso fracaso. El gobierno sandinista asediado por sus errores y la corrupción enquistada en sus más altos dirigentes fue expulsado del poder por los votos, algo que resultaba inconcebible para los que habían accedido al mismo por el camino de las armas.
Ramírez tuvo el buen sentido de alejarse de la cúpula sandinista quizás desalentado por lo que observó y constató al lado de esa dirigencia. No fue el único, basta revisar los escritos de Ernesto Cardenal quién menciona el hartazgo que con esa experiencia tuvo el mismísimo Galeano, visitante asiduo de ese país e ícono reverenciado por el tercermundismo criollo.Más de medio siglo después Ramírez afirma “Ayer es hoy, multiplicado”. Ahora la lucha en las calles por desprenderse de otra dictadura de diverso cuño arroja la escalofriante cifra de cerca de 300 personas asesinadas, en su mayoría jóvenes. Debe ser doloroso observar cómo se hace trizas la esperanza de toda una nación y palpar, de manera protagónica, la forma en que una cúpula dirigente, traicionando ideales de libertad, se convierte en victimaria de su pueblo por el prurito de sostenerse en poder.
Pero también es punzante constatar cómo la hipocresía triunfa cuando se tiene que condenar con toda firmeza los crímenes y excesos de los gobiernos denominados de izquierda. No faltan voces destempladas que no tienen el más mínimo rubor para defender regímenes represores como el venezolano que también se encuentra salpicado de sangre. Son una cofradía experta en activar mecanismos de defensa cuando las autoridades son cercanas a su doctrina. Allí no hay derechos humanos que valgan si quién sufre la arremetida de esos gobiernos es un opositor que tiene la osadía de manifestar su descontento con esas políticas delirantes.
Ramírez hace un gran favor a la historia. Sin mencionarlo, recuerda que el espíritu para liberar a un pueblo de sus opresores está más allá de cualquier ideología. Y mientras existan esta clase de regímenes habrá luchadores incansables que piensen como fin último alcanzar la libertad.
También hace un gran aporte para refrescar que hay que desconfiar de los seudo libertadores que, lamentablemente, en ocasiones engatusan a los pueblos para aprovecharse inmisericordemente de su pletórica ingenuidad.