Hecho trascendental, la celebración del X aniversario de la Universidad Pérez Guerrero, en la que fueron declarados doctores honoris causa Juan Cordero Íñiguez, polifacético personaje, ex ministro de Educación; Gustavo Vega Delgado, otro polígrafo, rector de rectores; y el ex Cronista de la Ciudad, a quien ambos delegaron el agradecimiento. Patrocinó la celebración el ilustre rector, Jorge Enríquez Páez, quien con su vida ejemplar garantiza la eximia calidad de esos títulos, magnificados con el preclaro nombre de Alfredo Pérez Guerrero.
Nutrida concurrencia en el auditorio de la Fundación Guayasamín, Oswaldo, hay que decirlo en presente porque sus pinceles continúan iluminándonos, es uno de los pocos ecuatorianos universales. Su ideología de extrema izquierda no fue sumisión acrítica al dogma de la lucha de clases, sino personal conocimiento de la pobreza radical de los desposeídos y sus luchas, de lo que dan doliente testimonio sus cuadros. Inspirado en la famosa Pietá d’Avignon -el desangrado cuerpo de Cristo en brazos de su Madre tras el descendimiento-, lo convirtió en motivo de una extraordinaria reproducción mural, con su propia individualidad artística, colores y expresión, obra perfeccionada y mejorada de continuo y convertida en definitorio emblema de la Capilla del Hombre. Otra singular expresión de Guayasamín, también proverbial, son sus palabras “Pintar es orar”, con las que confiesa que sus cuadros son, no solo denuncia profética de injusticias que rompen la hermandad entre seres humanos, sino también ¡plegarias!
No tuve el honor de ser alumno directo de Pérez Guerrero en la Central, donde iluminó cátedra, decanato y rectorado, siempre atacada por los despotismos que suelen quebrantar nuestra estabilidad, pero que él, con solo su palabra defendió con valentía y dejó el perdurable legado de su defensa a la libertad, la democracia y el derecho. Pero tuve la oportunidad de conocerle desde mi niñez, como amigo y compañero de sus hijos. Después, actuó como delegado del Ministerio de Educación en los tribunales ante los cuales los alumnos de la U. Católica, debíamos rendir pruebas finales. Para mejor prepararlos estudié sus tratados sobre Código Civil, por lo que fui también, indirectamente, su discípulo. Puedo aseverar que el doctorado honoris causa Alfredo Pérez Guerrero lleva consigo la especialísima significación de ser vínculo directo con uno de los mayores cultores del español, idioma que el emperador Carlos V definió como “lengua para hablar con Dios”.
En su honor, se puso de relieve la áurea cadena con la presencia de ecuatorianos que magnificaron la imponderable valía de España y su legado y la sin igual riqueza del castellano: Montalvo y tres rectores universitarios, Crespo Toral, en Cuenca; Espinosa Pólit, en la Católica; y Pérez Guerrero, en la Central de Quito.