Hace 5 años la Unión Europea parecía una potente locomotora; era difícil imaginar que algo le detendría. Sin embargo, en mayo del 2005, los franceses dieron el primer gran espaldarazo al proyecto regional, al rechazar la Constitución Europea. Pero, incluso después de ese duro golpe, ni con el mejor “tabaco” amsterdamés hubiese sido posible imaginar que la organización llegaría a tocar el fondo actual.
Hoy se cuestiona seriamente la validez de la Eurozona y se considera la posibilidad que algunos países regresen a sus monedas nacionales. Grecia es a penas el ejemplo más crítico, entre un sinnúmero de países cuyo déficit público parece pronto estallar.
Esta semana, Standard and Poor’s bajó consecutivamente la nota de la deuda pública de Portugal y España; reflejando así el murmullo morboso que recorre los mercados. El murmullo es morboso porque si hubiese sido planteado hace apenas dos años hubiese sido un murmullo delirante: que un miembro de la U.E. no pueda pagar sus obligaciones y haga default.
Pero además, la solidaridad europea se ha venido abajo. Los alemanes rechazan los paquetes de salvataje para los griegos; atando de manos a Merkel, quien debe enfrentarse pronto a unas elecciones. Incluso el orgullo tuvo que ceder; es memorable el hecho de que se haya terminado por llamar al FMI para que ayude en el seno de un organismo que pretende ser una superpotencia.
La crisis nos lleva a la reflexión: hasta dónde se dio por sentado el principio de “la unión hace la fuerza” que estructuraba la base del proyecto europeo. Tanto política como económicamente se había asumido que la unión era un motor de progreso que se alimentaba a sí mismo. Era dudoso si la Eurozona era una zona monetaria óptima (si valía la pena compartir una moneda); pero tras la introducción del euro, el mundo se dio cuenta que él mismo era una fuerza productora de las características que justificaban su introducción.
De manera análoga, la estabilidad política regional (conseguida a partir de la estabilidad económica) aumentaría la estabilidad política nacional; a su vez, más estabilidad local se traduciría en aún más estabilidad regional, y así sucesivamente. ¿Cómo explicar que estos días apenas a dos meses de asumir la cabeza política temporal de la U.E., Bélgica no tenga un gobierno, y se acerque al desmembramiento?
La integración internacional pone en marcha dinámicas de progreso. Pero como con cualquier proyecto de moda, el público tiende a olvidar que haya eventos que desbordaran la eficacia de dichas medidas. La disyuntiva entre cooperación o proteccionismo nacional que la circunstancia de hoy plantea, pueden ser determinantes tanto para el futuro de la organización, como para la popularidad de la integración regional a nivel global.