El volcán Cotopaxi, con sus tremores, explosiones y cenizas, se ha convertido en la metáfora del país. País de los volcanes. País de lava y fuego. País de explosiones permanentes. De tremores sabatinos. De lenguas verborrágicas convertidas en lava incandescente, adjetivos calificativos en la retórica del poder.
Explosiones. Explosiones que emanan de las consignas que ponen en evidencia el descontento frente a la injusticia, a la carestía de la vida, a la mala atención en los hospitales públicos, a la pobreza de la educación, a la falta de trabajo, a la vulneración de derechos.
Tremores y temblores los de los tambores y lanzas de los indígenas en varios rincones del país, una vez más, esperando que se escuchen sus demandas, que son las mismas demandas insatisfechas de siempre: respeto a sus derechos, respeto a sus territorios, respeto a la cultura, educación bilingüe, defensa del agua y no al extractivismo voraz… Todas, viejas aspiraciones. A ellas se suman algunas conquistas perdidas gracias a ese afán de los funcionarios de reinventar el país, de amputar y cortar de raíz aquello que funcionaba medianamente bien, en lugar de curar, mejorar, fortalecer, robustecer aquello que estaba débil.
Cenizas. Cenizas las que quedan luego de haber derrochado la plata petrolera a manos llenas, para hoy hablar de las palabras ajuste y austeridad total en todos los sectores evidenciando que la crisis es mayor de lo que aparenta. Cenizas las que empañan lo que debiera ser la transparencia de la justicia, hoy transformada en el triste papeleo de un funcionariado judicial que se ha vuelto inquisidor e intimidatorio.
Tremores. Lavas. Cenizas. Apocalípticas imágenes como metáfora del país que muestra, en las furiosas nubes de humo, el descontento que deviene de la falta de escucha de los funcionarios y gobernantes, de haber vivido de la pirotecnia, de fuegos artificiales, de la fiesta y pachanga del consumo y de los falsos modelos de desarrollo y felicidad, de las tarimas y pantallas y del exceso de propaganda con el que se irrumpe a toda hora y en todo lugar.
El derroche pasa factura hoy y muestra un cierto hartazgo: habrá más hospitales pero el trato sigue siendo el mismo; habrá más unidades educativas y más bonitas, pero la educación sigue siendo deficiente: la gran tarea pendiente del país de los volcanes; habrá más leyes inclusivas pero el Ecuador sigue siendo profundamente clasista y racista.
Luego de las explosiones, los llantos, los presos, los heridos y golpeados, los tremores y las lavas incandescentes, habrá que hacer una limpia y recoger las cenizas, los escombros, pararse, pensar y reconstruir el país con nuevos principios. Recuperar los valores, reinventar modelos respetuosos con el hombre y con la naturaleza, creando políticas de largo plazo, desde el diálogo con los más diversos sectores, tomando en cuenta los derechos fundamentales.