La posibilidad creciente de que el Gobierno de Grecia caiga en bancarrota debido a un enorme déficit presupuestario y una montaña de deudas que cada día lucen más difíciles de pagar, desató una nueva crisis financiera que ha sacudido los mercados globales y, hasta la semana pasada, amenazaba con desestabilizar la economía de toda la eurozona.
Pero la “tragedia” que vive Grecia no es más que la “punta del iceberg” de un problema mucho más profundo. Parecería ser que muchos de los denominados “Estados de Bienestar (EB)”, tarde o temprano, están condenados a la bancarrota.
Los EB tomaron forma durante el siglo XX cuando las naciones del Primer mMundo empezaron a construir un sistema económico que, si bien se sustentaba primordialmente en el libre mercado, incorporaba una importante dosis de intervención estatal con el objetivo de favorecer a los menos privilegiados y promover un vagamente definido “bien común”.
Pero a través de los años el “bien común” derivó en casi cualquier cosa. Originalmente se trataba de la introducción de programas gubernamentales que garantizaran un mínimo nivel de subsistencia para los segmentos más pobres de la sociedad. Sin embargo, conforme el mundo se enriquecía y los gobiernos contaban con mayores recursos, tales programas ampliaron exponencialmente su dimensión y cobertura.
Hoy en día muchos gobiernos nacionales -ya no solo los del Primer Mundo sino también una buena parte de los del tercero-, en nombre del “bien común” justifican incluso la entrega de bonos, préstamos, servicios públicos subsidiados, viviendas e, incluso, millonarios salvatajes bancarios y paquetes de “estímulo económico”.
Una vez que se otorga a los gobiernos la posibilidad de que, en nombre del “bien común”, atiendan los problemas y necesidades de casi cualquier grupo de influencia, es políticamente imposible establecer límites o dar marcha atrás en el camino emprendido. Basta mirar las protestas que se han generado contra medidas de austeridad del Gobierno de Grecia, lo que podría descarrilar el programa de ajuste impuesto por la comunidad internacional y reflotar la crisis más adelante.
Esta “tragedia griega” -una en que todos conocían el desenlace, pero nadie hacía algo por evitarlo- se repite hoy en países como España, Portugal, Irlanda, Japón e incluso Gran Bretaña y Estados Unidos, donde los gobiernos han acumulado déficit y deudas monumentales por compromisos que les resultará difícil cumplir.
Los ciudadanos alrededor del mundo deberíamos empezar a templar la “rienda” de los gobiernos imponiéndoles severos límites a lo que deben y pueden hacer en nombre del “bien común” -No al revés, como se pretende en el Ecuador de estos días- antes de que terminen arrastrándonos a todos a la bancarrota.