Las imágenes de los terremotos de Haití y de Chile: la destrucción dantesca, la muerte, el sufrimiento extremo, el caos, los saqueos y la desesperación de los sobrevivientes sin agua, sin luz, sin alimento, sin techo, sin nada, nos llevan a reflexionar sobre lo frágil de la condición humana frente a la fuerza de la naturaleza, y al mismo tiempo a entender la enorme importancia de tener una institucionalidad sólida, y una sociedad educada y organizada, que ayuden a mitigar y a bajar los riesgos de los inminentes fenómenos naturales que los viviremos.
Sin embargo, al ver nuestro alrededor y constatar la situación en la que estamos, concluimos que si viniera mañana un terremoto, nuestras ciudades tal como están asentadas y construidas, correrían la misma suerte, quizá más parecida a la de Haití, en cuanto a la destrucción, y más cercana a Chile, en lo que respecta a la respuesta estatal y social. Pero en cualquier escenario, lo que se viene es sombrío.
En todo caso, lo acontecido en esos países amigos ha sacado a la luz un problema que no hemos querido verlo. Según los científicos ecuatorianos, en las próximas semanas, meses o años, en cualquier parte del territorio nacional, de manera inevitable, se presentará un cataclismo de similar magnitud a los vistos en estos días. Si esto es así, deberíamos disponernos a tomar las acciones correspondientes para enfrentar lo inminente.
Sin embargo, individual o colectivamente, la evidencia señalada nos hará reaccionar de manera diversa. Para unos, ante lo inevitable, será el pretexto para recrear el conformismo y la vieja cultura del lamento. Para otros, la “respuesta” será la evasión, el síndrome del avestruz, meter la cabeza en un hoyo para no mirar el entorno.
El posible terremoto será en el mejor de los casos uno más de sus problemas a los que amortigua con algún remedio como: el fundamentalismo religioso, el alcoholismo, la droga, la farra perpetua o el vivir el día a día sin importar el mañana. Unos terceros, angustiados, impulsarán acciones inmediatas, pero a medida que avance el tiempo se olvidarán paulatinamente del asunto frente a “otras” prioridades o necesidades políticas o electorales. Pero, también surgirán los resilientes, como hoy en Haití o Chile, aquellos que sabiendo la gravedad, desde la total adversidad, con madurez y persistencia verán esta situación como una oportunidad para desplegar iniciativas positivas a corto, mediano y largo plazo que permitan a la población y al Estado estar bien preparados.
Si los ecuatorianos buscábamos justificaciones valiosas para construir grandes acuerdos y nuevos sentidos de la política, pues allí están dos: disminuir el impacto de los terremotos y de otros fenómenos naturales y aportar para frenar el calentamiento y la contaminación cada vez más acelerada de la Tierra.