A fin de cuentas, ¿en qué consiste ser libre? Hablo de la libertad personal –o de la libertad negativa, para utilizar el término de Isaiah Berlin–, la que necesitamos alcanzar para vivir como seres humanos dignos.
Para mí alguien es libre, o consigue la libertad personal, cuando llega a vivir de acuerdo con ideas y valores que no le fueron impuestos por alguien más, sino que fueron adquiridos autónomamente por esa persona, tras un proceso de reflexión y experimentación de aquellas ideas y valores en su vida propia.
Seguramente pocos llegan a conseguir una hazaña semejante –se me ocurre que Montaigne fue uno de ellos– y tal vez no muchos tengan las agallas para acometer esa tarea. En vez de hacer un esfuerzo de reflexión personal e independiente –no exento de riesgos terribles como terminar en el nihilismo o en la depresión– la gran mayoría de gente prefiere adoptar una ideología religiosa o política que le entregue respuestas inmediatas e irrefutables para todo lo que le suceda. (Convenientemente, esas ideologías echan la culpa de todo a alguien o a algo más, pero nunca a uno mismo).
Hay personas que se dan cuenta del daño que sufren quienes deciden vivir según esos sistemas ideológicos cerrados. Pero en vez de tratar de pensar por sí mismos toman otro atajo –el de los sentidos– y se embarcan en una aventura de autogratificación, que les lleva a la enfermedad, la adicción o la muerte.
En la Antigua Grecia, a la entrada del Oráculo de Delfos, se leía ‘Conócete a ti mismo. Nada en exceso’. ¿Qué significa esto? Que para conocerse a uno mismo hay que experimentar y, por tanto, asumir riesgos. Pero esos riesgos deben ser medidos y controlables. Ese es, creo yo, el mejor camino para conseguir la libertad personal.
Así que nadie nos regala la libertad sino que cada uno se la gana a base de reflexión y acción. Aprendemos a ser libres, si es que tenemos el coraje para hacerlo, y podemos perder la libertad alcanzada si caemos presa de fanatismos de cualquier tipo.
¿Los ecuatorianos amamos la libertad? En general, me parece que no. Preferimos anegarnos la razón con ideologías o embotarnos los sentidos con hedonismo consumista. En el fondo tal vez sea –como explicó alguna vez Erich Fromm– que la mayoría de personas le teme a la libertad y prefiere el confort de las convenciones sociales. Desentonar o salirse de la raya es una prerrogativa impensable para ellas.
Hoy por hoy, penden sobre nosotros serísimas amenazas contra nuestra libertad, pero apenas nos inmutamos. Estamos siendo conducidos, como un inocente rebaño de ovejas, hacia un sistema autoritario que intenta controlar nuestras ideas y, por tanto, nuestras vidas. ¿A Ud. le importa su libertad? Defiéndala.