Tomo de la biblioteca mi ejemplar de ‘2666’ -la novela póstuma de Roberto Bolaño- y lo hojeo mientras desayuno. Empiezo el día con ese libro porque quiero escribir sobre las desapariciones y asesinatos de mujeres que durante estos días han copado la atención de las redes sociales en Ecuador.
Salto de una página a otra, releyendo mis notas al margen y los pasajes subrayados, hasta que encuentro lo que buscaba: “Nadie presta atención a estos asesinatos, pero en ellos se esconde el secreto del mundo”.
La frase está en la página 439, justo antes de ‘La parte de los crímenes’, la sección más dura de la novela y la que da sentido a todo el libro que está confeccionado a base de historias aparentemente inconexas entre sí.
Para que esta vez prestemos atención y jamás se nos olvide, en ‘La parte de los crímenes’ Bolaño detalla, con el tono neutro de un médico forense, la serie interminable de fracturas, cuchilladas, desgarros, golpes y balazos que componen la necrología de las mujeres violadas y asesinadas en Santa Teresa, el nombre literario de Ciudad Juárez, la ciudad mexicana con uno de los índices de criminalidad más altos del mundo.
A los seres humanos -talvez más a los hombres que a las mujeres- nos gusta infligir dolor físico y causar sufrimiento, sugiere Bolaño en su novela. Nuestra naturaleza es irremediablemente salvaje y prueba de ello es, precisamente, aquel catálogo de muertes provocadas sin razón aparente y cuyo autor jamás aparece. (En otra parte del libro, Amalfitano, el personaje más nostálgico de la novela, asegura que “todos somos responsables de esos crímenes”).
La clave de estas muertes talvez esté en el desierto de Chihuahua. Aquel sitio no solo guarda los secretos de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez -pues muchos cadáveres fueron enterrados allí- sino que también esconde el secreto sobre el destino final de la humanidad. Es que, para Bolaño, el desierto es un inmenso cementerio en el que se convertirá el mundo -talvez en el año 2666- a causa de nuestra adicción a la violencia.
Hacia el final del libro, en la página 1 118, encuentro otro pasaje subrayado: “(…) mi antepasado no era ajeno a las vicisitudes de la condición humana. Y por tanto escribía (…) alzando su voz contra la injusticia”.
Cierro el libro, y mientras apuro los últimos sorbos de yogur, decido que yo tampoco seré ajeno a las vicisitudes humanas y escribiré sobre el asesinato de Karina del Pozo y otras mujeres que han padecido ese trágico final. Diré que estas no son muertes aisladas, sino que son parte de un proceso de descomposición mucho más profundo de la sociedad ecuatoriana. Como en Ciudad Juárez, las mujeres de Quito y otras ciudades del país pudieran ser víctimas de una ola de violencia, si no tomamos los correctivos del caso.