Existen dos hechos repudiables que han conmovido a la región. El caso del joven ciudadano japonés en Guayaquil, que vino de luna de miel con su mujer y a las pocas horas de estar en esa ciudad terminó asesinado. El segundo caso, el crimen de una exreina de Venezuela, junto con su pareja, que ha conmovido a todo ese país y al exterior.
Es evidente que estos dos ejemplos de homicidios dañan la imagen de las ciudades y los países en donde se cometieron los execrables hechos y llaman a la reflexión para actuar con mayor diligencia y fundamentalmente con tareas de inteligencia, de manera especial para desarmar a los grupos delincuenciales organizados.
En el caso ecuatoriano, hace ocho días el Ministerio del Interior reveló las estadísticas del 2013 y que dan cuenta de la reducción de algunos delitos y el aumento de otros. Según los datos oficiales, basados en la Fiscalía y la Policía, la tasa de homicidios bajó a 10,87 por cada 100 000 habitantes (1 715 muertos) y se desarticularon 768 bandas. Empero, el robo a domicilios, a las personas y de motos tuvo incremento.
Se exige más acción y menos retórica y propaganda porque en Venezuela, según el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública en México, el 2012 Caracas tuvo 3 812 homicidios, con una tasa de 118 asesinados por cada 100 000 habitantes y que le ubicó en el tercer lugar entre las ciudades más violentas del mundo, luego de San Pedro de Sula, Honduras, y Acapulco.
Los últimos asesinatos de Guayaquil y Venezuela han generado mayores temores de los que ya se tiene, de manera especial a la vida normal de los ciudadanos, porque afectan la imagen de los países y perjudican al sector turístico cuando al menos el Ecuador es mucho más que eso y enseña sus grandes cualidades e incluso ha vendido bien la imagen de la nación que ama la vida y no la muerte de ciudadanos.
La revelación de los hechos a cargo de medios de comunicación japoneses que vinieron a Guayaquil es una noticia real pero negativa, más aún cuando pese a los esfuerzos y el ofrecimiento de 200 000 dólares para dar con los responsables del delito, no hay aun resultados concretos de las investigaciones.
Las tareas preventivas y de inteligencia deben ser prioritarias y permanentes y no solo en determinados lugares cuando en el estado llano en los diversos barrios de las ciudades, el caso de Quito, se vive en zozobra, con alarmas, mallas eléctricas, cubreventanas y el miedo a circular con relativa normalidad. No hay cómo dejar vehículos en la calle porque los ladrones hacen el seguimiento, estudian y en pocos minutos cumplen su cometido. Esto no se va a superar solo con leyes y códigos más duros sino con una organización de todos y una acción y reacción oportuna de los organismos de seguridad y enfrentar la impunidad.