Los defensores de El Telégrafo encuentran dificultades a la hora de ofrecer argumentos convincentes sobre la conveniencia de un periódico público. Muchos de los argumentos construidos se sustentan en una suerte de presupuesto ideológico: la superioridad de lo público para servir los intereses ciudadanos. Sin embargo, surge la siguiente interrogante: ¿por qué puede hacerlo mejor que los privados?
Los problemas a los que se enfrenta un periódico público no son muy diferentes a los que enfrentan los privados: independencia, calidad informativa, credibilidad, pluralismo editorial. Si los medios privados -como argumentan sus críticos con razón- deben crear estatutos para precautelar el trabajo de las redacciones frente a la eventual presión de intereses económicos, el periódico público debe hacer lo mismo para protegerse de las presiones del poder político. La diferencia entre uno y otro solo proviene del tipo de presiones que ponen en riesgo su independencia editorial. Las exigencias informativas para los dos tipos de periódicos son las mismas: rigurosidad, precisión, contrastación, confiabilidad, condiciones que aseguran la credibilidad de un medio mucho más que la propiedad y las condiciones de producción. Si las exigencias son las mismas y los riesgos, parecidos, aunque vengan de distintas fuentes de poder, surge la misma pregunta: ¿por qué la información de un periódico público será de mejor calidad que la de un privado? No se niega, por supuesto, la existencia de periódicos privados muy malos, tendenciosos, manipulados, amarillistas; pero no se puede concluir que sea la regla ni encontrar justificación para la existencia de un periódico público.
Otro argumento suele ser la capacidad del periódico público para servir los intereses informativos de la ciudadanía. ¿De dónde le viene esa capacidad? ¿Qué le lleva a un periódico público a sintonizar mejor con la ciudadanía que uno privado? No hay argumento sólido para sustentar semejante postura. Su presupuesto resulta nuevamente de una convicción ideológica de exaltación ética de lo público frente a lo perverso privado. Ni los ciudadanos tienen mayor acceso a un periódico público para expresarse o incidir sobre su agenda, ni los periodistas están menos expuestos a presiones y autocensuras como para creer que están más cerca del interés ciudadano. Tampoco los editorialistas del periódico público son seres excepcionales como para creer que su razón encarna lo público y que, gracias a ellos, la opinión ya es de todos. Escriben, como todos, desde sus miedos, ilusiones, arrogancias y prejuicios.
El Telégrafo interviene desde otros particularismos -informativos, ideológicos y políticos- en la construcción de lo público; no encarna ni lo público ni lo ciudadano de mejor manera de lo que pueden hacer los privados. ¿Cuál es la ventaja de tenerlo circulando?