El Gobierno ha dejado pasar otra valiosa semana sin hallar la fórmula para desempantanar su diálogo, y ha postergado así la necesidad de hacer frente a la crisis económica. Se había advertido que ese era el destino lógico para una fórmula sacada de la manga con la intención de reencauzar la discusión -y aprobación- de unas leyes de herencias y de plusvalía que causaron rechazo.
Si bien en el país todavía se vive una calma chicha post-Papa, la Asamblea Nacional demostró su absoluta inoperancia para lanzar propuestas políticas que vayan más allá del libreto estéril de repetir hasta el cansancio las tesis del movimiento en el poder y negando todo cuanto suene distinto.
Mientras se auspiciaba el diálogo coordinado por el Secretario de Planificación, el oficialismo legislativo caía en la cuenta de que no le quedaba otra salida que atemperar la fogosa propuesta inicial de condenar las manifestaciones y reafirmar la teoría de la conspiración. El resultado fue una resolución sin pena ni gloria que reconocía el derecho a la protesta, al tiempo que condenaba la violencia política…
A este parto de los montes le siguió otra resolución que busca someter los discursos de los legisladores a los criterios de veracidad, verificación, oportunidad y contextualización de los que habla la Ley de Comunicación para la información en general. ¿Quién determinará que un discurso es ‘oportuno’ y ‘contextualizado’ y bajo qué procedimientos?
Para el oficialismo debe ser penoso constatar que, salvo honrosas excepciones, una Asamblea Nacional acostumbrada a recibir órdenes puede volverse prácticamente inútil para enfrentar una crisis política que acompaña a una difícil situación económica.
Fuera del ámbito legislativo, AP se apresta a insistir en fórmulas poco efectivas como el uso de los gobiernos seccionales para apuntalar las tesis del Ejecutivo, y apelará otra vez a la vieja teoría de la necesidad de reorganizar las bases, aunque para ello tenga que desestructurar la Cancillería y ratificar que su todólogo titular es el único capaz de medirse a la utópica tarea.
Queda claro que se pretende promover en Quito una estrategia parecida a la que se instaló en su momento en Guayaquil, para desgastar la figura del Alcalde en una plaza tan sensible para AP. Pero los dos escenarios son harto distintos, y sobre todo no hay que olvidar que la pelea en Guayaquil se hizo en época de bonanza.
Siempre se dijo que lo único más fuerte que Correa era el dólar; si bien este sigue incólume, hay razones para pensar que en este momento la preocupación por la economía es más fuerte que el Presidente.Correa no necesita ni asambleístas ni estrategas que le refuercen su estado de negación -la culpa es de los otros- sino que le aporten salidas. Porque cuando se trata de ideas y de remontar escenarios adversos, la sumisión no paga.